¡ADIOS, CICIG!

Hoy, martes 3 de septiembre de 2019 es el último día de Cicig. Esté usted de acuerdo con todo lo actuado por la comisión -si, con todo, incluso sus “errores”- o sea usted de sus más acres detractores, mañana, 4 de septiembre ya no estará operando la comisión. ¡Eso que ni qué!  Algo que tampoco nadie podrá cambiar, a pesar de los sueños húmedos de algunos es que ni este presidente, ni el próximo, podrá renovar su mandato. Uno de los padres de la “criatura”, Edgar Gutiérrez, hace algunos días flotó la idea de que la ONU podría dejar en una especie de “stand by” el acuerdo y revivirlo -sin tener que negociar y aprobarse uno nuevo- con el nuevo gobierno.  Una peregrina idea, además de inconstitucional.  Pero eso no es nada nuevo; para algunos, el régimen de legalidad -o la constitucionalidad- de los actos no es óbice.  Evidentemente para los corruptos y los cooptadores del sistema nunca fue problema, eso ya lo tenemos claro, pero resulta desmoralizante que para quienes dicen apoyar la lucha en contra de la impunidad y la corrupción, y para la comisión misma, resulte igual de intrascendente.  En mi opinión, el mayor pecado de la moribunda comisión fue precisamente caer en la violación de normas y la corrupción del sistema judicial so pretexto de luchar en contra de la corrupción y la impunidad.  Así como el Ejército cometió graves abusos durante el conflicto armado so pretexto de luchar contra un enemigo que no se ciñó a las reglas del combate regular por ser, precisamente, una fuerza irregular, así la Cicig utilizó algunos mecanismos y procedimientos ilegales para luchar contra la impunidad y, al hacerlo, se tiñó con mismo tinte que los corruptos; ya del mismo color, resultó imposible distinguir moros de cristianos y la lucha en contra de la corrupción se redujo a los unos contra los otros y cada quien apoyando a su “bando”. 

Por supuesto que la caída de la Cicig no fue exclusivamente culpa propia, también hubo una activa oposición de quienes se vieron afectados por sus investigaciones y acusaciones -sustentadas o no- y que usaron todo lo que estuviera a su alcance para defenderse; ¿acaso se esperaba algo distinto? Si la respuesta es afirmativa, la Cicig no solo fue abusiva, sino también estúpida.  Era de esperar que los afectados pelearan hasta con los dientes. La Cicig, además, ya viendo su caída, acusó a una colectividad amorfa y etérea denominada “netcenters” de propiciar su debacle.  Triste es su caso, si desde unos pinches celulares y computadoras, unos cuantos grupos, utilizando cuentas en redes sociales fueron más poderosos que toda una comisión de Naciones Unidas con harta lana a su disposición.  No se si eso da risa o pena, la verdad. 

Vale la pena decir que la actividad de la comisión, en efecto, fue duramente criticada.  El problema fue que esa crítica cayó en oídos sordos y sumariamente fue desechada y tildada como tendenciosa.  Así, rechazada in límine, esa crítica, de haber sido atendida oportunamente, pudo servir para enderezar el camino.  Hasta los más fervientes acólitos de la comisión reconocen los “errores” de Cicig, mas los disminuyen como intrascendentes.  A la postre, resultó en un craso error.  

Le hecho, hecho está y no hay forma de deshacerlo.  La comisión ayudó a evidenciar lo obvio: el Estado de Guatemala estuvo, está y estará para mejor postor, si no se endereza el camino.  Ello conlleva, claro está, castigar a los transgresores, pero mucho más que solo eso; se requiere de un cambio de cultura que ni esa comisión ni ningún colectivo podrá llevar a cabo.  El cambio debe ser individual y allí está el problema.  Hasta que, en lo individual, en la intimidad del ser, los guatemaltecos no nos convenzamos de que ceñirnos a la regla, a la larga, es mejor que transgredirla, no habrá juicios suficientemente drásticos, jueces y fiscales comprometidos y cárceles suficientes para castigar a los transgresores. El cambio debe ser por convicción propia.  Que es difícil, si, pero si no lo hacemos siempre vamos a buscar la solución afuera. Es como el bolo o el adicto que, para tratar de salir de su vicio, busca en la familia, en un grupo o en la fe la solución.  Claro, ayudan, pero sin genuina intención de enmienda, no habrá cambio genuino. 

Hoy le decimos adiós a una comisión que sufrimos; lo digo en todo sentido, pues sirvió de catarsis al sistema y a los guatemaltecos. Sufrimos el vernos al espejo y ver qué tan podridos estábamos -y seguimos estando- pero también qué tan fácil es para un paladín corromperse y convertirse en bellaco. 

Me resultó desmoralizante -también- ver cómo el fastuoso evento de cierre de Cicig en donde se pudo hacer una introspección, resultó ser una loa a lo que, desde dentro y desde la óptica de sus acólitos, fue el actuar de la comisión.  No hubo un ápice de mea culpa.  Oportunamente, un amigo me hizo reflexionar y me dijo que, en un funeral, no se habla mal de muerto; tenía razón.

En algunas semanas o tal vez, algunos meses, deberá haber un foro en el que opositores a Cicig puedan exponer genuinos y fundados señalamientos para aprender de la experiencia, pero será mucho más valioso el concurso de los cercanos a la comisión que hagan de tripas, corazón, y se animen a desnudarse y reconocer los errores, vicios y podredumbre del experimento. En mi opinión, los hubo y a montones.

Es importante destacar que la Cicig no es ni la primera, ni será la última comisión contra la impunidad en el mundo; ha habido y hay otras -más exitosas y longevas, por cierto- y se está hablando de una nueva en Guatemala, una en El Salvador y en un par de países de América del Sur, pero ninguna como Cicig, pues cualquiera con dos dedos de frente se da cuenta, sobre todo a la postre, de los enormes errores y vicios que tuvo desde su génesis, precisamente por su composición y absoluta falta de rendición de cuentas.

Pero ya estuvo bueno de darle palo, hoy toca decirle adiós; good riddance, como se dice en inglés. 

Nos toca ahora a nosotros valernos por nosotros mismos y luchar contra la captura del estado, la impunidad y la corrupción.  No debemos preguntarnos si estamos preparados, si es el momento oportuno o nada parecido, lo que debemos preguntarnos es cómo, con quienes y por dónde continuamos.  No continuar con la lucha no es opción. 

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