Continúo con el relato de nuestro viaje a Paris.
Volamos en la línea aérea suiza Swiss que nos sorprendió muy agradablemente. Las aeromozas -o auxiliares de vuelo, como la corrección política dicta que se les llame- fueron sumamente amables durante todo el vuelo. Yo no soy muy bueno para dormirme en los vuelos, pero algo pestañé.
Temprano por la mañana llegamos a Zúrich, donde tuvimos una escala de una hora y media más o menos, caminamos un rato en el maravillosamente diseñado, limpio y silencioso aeropuerto en donde se encuentran tiendas de marcas lujosas y delicadezas como caviar y champán (no compramos nada en las tiendas lujosas, ni caviar o champán; ni modo) Nos tomamos algo en un barcito, listos para salir en el siguiente vuelo de una hora más o menos.
¡Llegamos a París! Sobrevolar esa ciudad es algo único. Ver desde arriba lo imponente de la torre Eiffel, lo brillante de la cúpula de Los Inválidos y los famosos tejados grises de zinc o de pizarra estilo haussmaniano le lleva a uno a decirse: Je suis arrivé!
Uno de los poquísimos inconvenientes que tuvimos en nuestro viaje fue que mi maleta -no la de mi esposa ni la de mi hijo, solo la mía- no llegó. En ese complicado aeropuerto, con la dificultad del idioma y la proverbial amabilidad de algunos franceses, nos costó un poco dar con el lugar de reclamos y hacer una notita para que nos diesen alguna razón. Ni modo, solo quedaba respirar hondo y hacerle ganas. Por suerte -y por precaución- en mi mochila llevaba una mudada con lo que pude sobrevivir ese día y el siguiente; al fin y al cabo, que por olor ni me distinguiría entre tantos aromas que uno se percibe de los parisinos, sobre todo en el metro de París.
Cargando maletas, carruaje y con varias horas de vuelo encima, usamos la línea de tren de superficie RER B saliéndo de Charles de Gaulle hacia la estación Saint-Michel a una cuadra de nuestro AirBnb.
El apartamentito -una buhardilla- estaba en un tercer nivel subiendo una estrecha escalinata de caracol, por la que tuvimos que subir -halar, arrastrar- nuestras maletas. El lugar, como ya había adelantado, era muy pequeño. Perdería tiempo y espacio describiéndolo; basta decir que era muy pequeño.
Salimos, pues, a caminar por París. Caminamos un par de cuadras y llegamos al boulevard Saint-Germain, otra de las grandes renovaciones a la ciudad bajo la dirección del Barón Haussman (Biografía). El boulevard toma el nombre del barrio que atraviesa -Saint-Germain-des-Prés- que acogió desde el siglo XIX y la primera mitad del XX a buena parte de los artistas y literatos más famosos y vanguardistas de su época.
A lo largo de sus poco más de 3 kilómetros uno encuentra lindas tiendas de diseñador, boulangeries y varios cafecitos; entre los más famosos están el Café de Flore y Les Deux Magots a menos de 100 metros de distancia cada uno. La última vez que fui a París, me parecieron unos lindos lugarcitos, pero ahora ya los vi como lo que son: unas atracciones turísticas que sirven comida y bebidas caras. Muy pintorescos, si, pero como se dice en inglés: overrated. Hay que conocerlos, pero hasta allí. Como estábamos cansados del viaje, solamente caminamos un poco por esa linda vía, absorbimos el ambiente de esa área de la ciudad -con el frío que hacía entonces- y nos fuimos a cenar al segundo de ellos un croque madame con una copita de champán. Más que suficiente.
Nuestro primer día completo en París lo empezamos un poco más tarde de lo que hubiésemos querido, pero inmediatamente nos dirigimos hacia la torre Eiffel.
Usar el metro en París es muy sencillo; en todas las estaciones hay mapas de las líneas, aparte de que bajamos una aplicación del teléfono que tiene las rutas de metro y buses -usar buses es recomendable, pues uno puede ir viendo las calles, pero las rutas son más numerosas y complicadas que el metro- por lo que a lo único que hay que ponerle atención es agarrar el metro en el andén correcto y no en el que va hacia el sentido contrario. Así, nos dirigimos a la estación Champ de Mars/Tour Eiffel que queda a pocas cuadras de la torre.
Ese día estaba muy nublado, así que decidimos no subir y solamente paseamos por la ribera del río Sena y por debajo de la torre. Como se nos frustró la subida, regresamos al área de Saint-Michele donde comimos en uno de los restoranes del área; turístico, si, pero muy bueno. Unos escargots, una copita de vino y ¡pa´fuera! Caminamos a Notre Dame pero justo ese día cerraron temprano. Un simple cartelito nos frustró la entrada. Tendíamos que regresar otro día para entrar. Seguimos caminando un poco y llegamos al Hôtel de Ville en donde se encuentra la Alcaldía de París (la muni, pues). Les sugiero hacer una búsqueda en Google para que vean lo lindo e imponente de la edifricación.
Para la tarde/noche ya estábamos al pie del Arco del Triunfo, monumento comisionado con motivo de la victoria de Napoleón en Austerlitz (probablemente su victoria más grande); en su interior se encuentra la tumba al soldado desconocido, donde también está una “llama de fuego eterno”, la más antigua de Europa.
Caminar por los Campos Elíseos es una delicia, a pesar de que ya hay demasiados turistas ¡y eso que no era temporada alta! Tiendas, cafés, grandes marcas y, por supuesto, la gente; parisinos en su rutina diaria, turistas y si, muchos policías. A casi todos los lugares que fuimos, siempre vimos muchos agentes de seguridad, que incluyó militares fuertemente armados.
Para terminar ese día, fuimos a comer algo al restorán L’Alsace, famoso por sus productos del mar y patas de cerdo deliciosamente cocinadas durante horas acompañadas de chucrute. No es una comida para estómagos sensibles, les puedo decir.
Al día siguiente planeamos ir a la basílica de Sacré-Coeur, visita que comentaré en mi próxima entrega.
Continuará.