Me parece fascinante cómo, por ratos, los procesos políticos y sociales en Guatemala parecen ser tan ajenos y tan extraños a los del resto del mundo; a veces pareciese que vivimos en otro planeta. Yo soy de la generación que todavía tenía que esperar varias semanas para que una película que se estrenaba en los Estados Unidos viniera a Guatemala y viví todavía cuando había que usar el novísimo Amazon para comprar un libro que salía publicado en otro país, así que no es que me sorprenda mucho ese desfase que tenemos con las corrientes mundiales, pero si me parece fascinante.
Sorprende también cómo en algunas cosas parecemos estar en sintonía y a veces casi a la vanguardia. La batalla entre una izquierda que se quiere pintar a si misma como avanzada, pero que no logra romper sus lazos con los anacronismos de siempre y una derecha que a pesar de los esfuerzos que hacemos algunos de nosotros en llevarla hacia el liberalismo en lugar del conservadurismo dinosáurico en el que muchas veces se ubica es uno de esos temas en los que Guatemala parece estar en perfecta sintonía mundial.
La semana recién pasada vimos cómo la pre candidata Thelma Aldana se reunía con la dirigencia de la URNG, un partido político que se formó de la facción guerrillera del mismo nombre y que fue la causante de un sin número de muertes y atentados terroristas –porque no me van a decir que eso de andar volando puentes o torres de transmisión de energía eléctrica era luchar por los derechos humanos- me imagino, con la intención de formar ese frente amplio progresista del que ha hablado. Interesante que Aldana considere a la URNG “progresista”. Pero más allá de si es progresista o no -que no lo es, solo para estar claros- importa que luego de todo su discurso y de la narrativa que predominó durante su fiscalía general en contra de lo que ella y otros han denominado “la vieja política” precisamente busque a una agrupación anacrónica. Pareciese que no hay congruencia entre lo que decía antes y lo que ahora hace.
Otra probabilidad es que se haya dado cuenta que no es lo mismo verla venir que bailar con ella, como se dice popularmente. Si eso es así, explicaría mucho, pero bien haría ella en reconocerlo públicamente para que sus adeptos y posibles votantes sepan a que atenerse. También puede ser, que conste, que ella sea totalmente ajena a ese tipo de decisiones ya que ella no tiene experiencia política y por lo tanto dependa de lo que sus asesores políticos le digan que haga. Sea como sea, ella debiese ser franca con su mercado político y decirlo abiertamente. Una de las cosas que la historia política nos da cuenta es que siempre trae más réditos ser franco oportunamente que tratar de explicar lo que se encubrió. Franqueza, esa es una buena práctica en la política, más allá que es la seña de una persona confiable en cualquier ámbito.
Pero es que la izquierda -acá como en todos lados- es muy hábil para confundir y tergiversar las cosas para su ventaja. Ahora resulta que son “progresistas” ¿qué tal? El término progresista no identifica a una ideología per se, sino mas bien una corriente o tendencia que rompe con la dicotomía izquierda/derecha por considerarla desfasada; ¡la URNG es la antítesis del progresismo! pues no solo tiene sus orígenes en la lucha armada en el marco de la guerra fría -capitalismo vrs. comunismo- sino que es el partido guatemalteco que ante los abusos y violaciones a derechos humanos del dictador Ortega de Nicaragua, no solo no los condena, sino que públicamente reconoce “el legítimo derecho de defensa del gobierno sandinista” ¡Quetalito! Si esa es la idea de progresismo de doña Thelma, aliviados estamos.
Pero es que los progresistas, cuando menos los locales así autodenominados, tampoco tienen las ideas muy claras que digamos. No hace mucho la revista digital Nómada.gt dijo, afirmó y defendió a capa y espada que la prestigiosa revista The Economist era un medio conservador (tuit de Nómada). ¡Vaya! Seguramente por ello es que esa misma semana publican su manifiesto revisado en donde clara y abiertamente se denominan liberales (Manifesto for renewing liberalism). Así, pues no se puede esperar mucho de los autodenominados progresistas; mejor que se sigan llamando socialistas que como dije antes, en la política la franqueza puede afectar las pretensiones, pero por lo menos se agradece.
Curioso es que el propio termino “liberal” cause tanta confusión por todos lados. Otra importante revista, The Atlantic, justo publica un artículo recientemente en el que revindica el término (The Republican Party Needs to Embrace Liberalism) y explica con bastante claridad cómo se comenzó a confundir el término y a asociar más con la izquierda que con la derecha, por lo menos en ese país. Más allá de confusiones, lo importante es saber reconocer los valores liberales y el beneficio que evidentemente traen al aplicarlos al quehacer público.
El problema con no adoptar los valores del liberalismo es que por exclusión se están adoptando cada vez más lo “valores” del iliberalismo, es decir, las prácticas autoritarias de una u otra tendencia. Es particularmente preocupante cómo alrededor del mundo se esté escogiendo la opción del iliberalismo; en los años recién pasados se escogieron partidos y personas -sobre todo en América del Sur- que eran abiertamente contarías al capitalismo -el capitalismo no es una ideología política, sino una teoría económica, pero esa distinción parece no importar en una tarima- prometiendo llevar beneficio a las grandes mayorías. Bueno, el caso más trágico definitivamente es Venezuela, pero en Argentina pasaron años con el kirshnerismo y vean como está ahora. Bolivia y Ecuador un poco menos, pero por’ai van. Europa se ha salvado bastante de esos vaivenes tan pronunciados, pero el partido Podemos de España va en esa línea y está bastante en concordancia con el actual gobierno socialista de Pedro Sánchez. Por otro lado, en Alemania, Austria y recientemente en Suecia, la derecha extrema ha tomado auge sin aparente explicación lógica -en el viejo continente la xenofobia es la que ha movido a los votantes hacia ese extremo, principalmente- pero cuando se ve que los gobiernos socialistas y sobre reguladores europeos no han podido llevar el beneficio prometido a sus votantes, estos sin dudarlo se han ido al otro bando. De igual manera ha pasado en este continente; el triunfo de Macri en Argentina, Piñera en Chile y la abrumadora victoria en primera vuelta de Bolsonaro en Brasil dan cuenta de ello. Y acá, doña Thelma hablando con dinosaurios. Así estamos.
Probablemente la aplastante victoria que consiguió AMLO en México le de esperanzas a algunos izquierdosos por acá. Y puede ser. Lo que todas esas aparentemente sorprendentes victorias han demostrado es que el pueblo está descontento -por no decir como los mil demonios- con las élites políticas que no han cumplido lo prometido. Pero como acá uno de los candidatos más votados en la historia decía que en campaña hay que prometer de todo sin importar que se piense cumplir una vez en el poder… no nos extrañemos que tengamos los gobiernos que tenemos.
Sin intentar banalizar los posibles desastrosos desaciertos en las urnas, lo que yo he dicho una y otra vez, que acá cada uno tiene sus favoritos, con genuina modestia, me parece una verdad como la hostia. Acá parece no importar qué hace nuestro “favorito” pero cuidadito lo hace el contrincante que lo despedazamos. Y esto no pudo ser más evidente en esta semana recién pasada cuando organizaciones sociales y personajes del mundo político se rasgaron las vestiduras cuando el embajador de Colombia, en una reunión diplomática confrontó a uno de los suyos, Manfredo Marroquín -de las organizaciones sociales, digo- y le reclamó sus opiniones acerca del expresidente Uribe al que según dice el embajador, Marroquín ha querido vincular con los paramilitares y con el narco colombiano. Allí, todos brincaron, pero cuando el exembajador Todd Robinson llamó idiotas a cuatro diputados, entonces esos mismos que ahora chillan, entonces lo aplaudieron. No se puede aplaudir aquel hecho y criticar este y pretender ser congruente. Una cosa son las preferencias personales y políticas y otra lo es la congruencia.
A escasos meses de la convocatoria a elecciones, seguimos enfrascados en una infructuosa lucha entre izquierda y derecha, cuando la lucha debe ser por un gobierno -ejecutivo, legislativo y municipalidades- que tenga las ideas claras y que los candidatos prometan lo que piensan y se puede cumplir. Las infames “promesas de campaña” no debieran tener cabida en las preferencias electorales del 2019.
Churchill famosamente pronunció su primer discurso y ofreció sangre, trabajo, lagrimas y sudor ante lo que el Reino Unido estaba pasando ese momento. No ofreció alegría ni parques verdes y floridos para pasear plácidamente. Ofreció lo que sabía que podía entregar y en ese momento eso era justamente lo que hubo. Sin embargo, no engañó y su pueblo y la historia se lo reconocen.
Ponga atención a lo que los candidatos ofrezcan y sepa identificar las propuestas aterrizadas y realistas -aunque no fantásticas- de las fantasiosas e irreales. Yo no lo puedo decir por quién votar, pero por lo menos trato de darle las herramientas para que usted sepa elegir la opción correcta.
Hágase y háganos un favor y lea, escuche y piense antes de votar. Otro “errorcito” de 4 años puede que no lo aguantemos y eso de estar tirando presidentes a la basura antes de su fecha de caducidad también me parece un desperdicio. Escojamos bien mejor, en lugar de estar buscando salidas distintas luego. Escojamos a quien tenga las ideas claras.
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Más claro no canta un gallo, felicitaciones por su artículo. Una sola observación, en las elecciones pasadas, no votamos por los ofrecimientos, fue un voto en contra de la señora Torres y de eso nadie actualmente dice nada.
Siga adelante, éxitos.