“El cliente siempre tiene la razón”, es una frase que comerciantes ávidos de tener el favor del consumidor han utilizado desde mediados de 1800 para intentar despojarse de la percepción de que el vendedor conocería algún vicio oculto de la mercancía o servicio que el comprador no. Marshall Field, el empresario de tiendas por departamentos fue uno de los más famosos promotores de esa “política” de atención al cliente.
Por alguna razón que desconozco, desde tiempos inmemoriales, las sociedades han visto con cierto recelo a los comerciantes; no es por nada que Hermes, el dios griego, fuese el patrón tanto del comercio como de los ladrones. Por la mala conducta de algunos, el resto de los comerciantes han vivido desde entonces con esa percepción.
La máxima latina caveat emptor, que traducido libremente significa: que el comprador tenga cuidado, ha sido la norma, a falta de disposición en contrario, aplicable a las transacciones comerciales de bienes o de servicios.
La cosa es que el cliente no siempre tiene la razón. Algunas veces el cliente puede ser el vivo que quiere sacar ventaja del comerciante, o simplemente el cliente es un idiota. La excepción que prueba la regla, dirán algunos. La cosa es que la frase es una generalización que apuesta a quedar bien con el comprador para que haga lo que el comerciante quiere: que le compre.
Trasplantado el ámbito político, el candidato, para conseguir que le voten, dirá al elector lo que quiere escuchar. Podrá decirlo desde la perspectiva de su ideología, o proponer que su plan de gobierno es el indicado para atender las necesidades del ciudadano/elector, pero al final de cuentas jamás dirá algo que no les guste a sus potenciales electores, pues no votarían por él o ella. Así, pareciese que tanto en el comercio como en la política funciona algo así como la teoría de la economía del lado de la demanda propugnada por Keynes, Galbraith y más recientemente por Stiglitz.
Haciendo un símil, la política del lado de la demanda logra que surja un candidato que apele justamente a esa “demanda” del electorado, aunque por supuesto hay excepciones, lo que usualmente sucede -y que estamos viendo cada vez más en el mundo- es que “aparece” un candidato que justo apela a lo que la ciudadanía está pidiendo. ¿Casualidad? No. La mayoría de los políticos se amoldan a lo que la demanda electoral le indica. Vemos como Bolsonaro en Brasil, el partido VOX en España -específicamente en Andalucía- y notoriamente AMLO en México son, en mi opinión, justamente eso. Epicuro sostenía que somos los humanos que creamos a los dioses a nuestra imagen y semejanza, no al revés. Lo que estamos viendo es que el electorado con sus reclamos y necesidades insatisfechas hace que brote, como si fuese por generación espontánea, el candidato.
No es casualidad que tanto Bolsonaro como AMLO, estando tan lejos uno del otro no solo geográfica, sino ideológicamente, hayan atendido la demanda del electorado de lucha en contra de la corrupción. Corrupción siempre ha habido, pero no fue sino hasta que el hastío llegó a masa crítica que los candidatos ganadores prometen atacar ese flagelo decididamente. Claro, las coincidencias entre ambos allí terminan, ya veremos en el ejercicio del poder cómo se comportarán y cómo sus particulares visiones del poder público atienden las necesidades de quienes los ungieron.
Los guatemaltecos estamos a muy poco de vivir -o sufrir- otra campaña electoral que estará llena de propuestas partidarias que, como si fuesen la panacea, prometen resolver los problemas que aquejan a la población. Perdónenme si soy escéptico, pero ninguna de ellas va a resolver los problemas de los guatemaltecos. Sin entrar a detalle, es simplemente porque nadie va a resolver los problemas de un plumazo ni en tan corto tiempo. Lo siento si le provoco un bajón.
Este artículo comienza con la frase “el cliente siempre tiene la razón”, pero en mi opinión, es el título el correcto; el cliente no siempre tiene la razón.
Otra frasecita utilizada para hacer sentir bien -engañar- es: “la voz del pueblo es la voz de dios” y, tal como la primera, es una paparrucha de primer orden. Perdónenme -otra vez- pero yo no creo que dios se equivoque tanto como el pueblo. Recuerden, si Epicuro tenía razón y somos nosotros los que creamos a los dioses a nuestra imagen y semejanza, lo mismo hacemos -la voz del pueblo- con nuestros políticos al votarlos.
Finalmente, haciendo un paralelismo al caveat emptor, toda papeleta electoral debiese tener una advertencia en letras grandes y con color llamativo que diga: ¡que el votante tenga cuidado! Tal vez así vamos teniendo un poquito más de cuidado, ¿no les parece?