VIAJE A PARIS (y 3)

Al continuar con mi relato parisino, me doy cuenta de que aunque escribiese extensas entradas a mi blog continuas y frecuentes, no podría transmitir fielmente la experiencia; aunque cuente con detalle  y acompañase imágenes para hacer una mejor relación de los hechos, sería imposible transmitir las sensaciones y emociones que se experimentan ante tanta historia, cultura y grandeza en general. Difícil también, transmitir olores, sabores o sonidos. Por ahí leí que cuando uno vuelve a una ciudad o a un lugar al que ha ido antes, es porque quiere experimentar nuevamente aquello que fue placentero, pero nunca se logra, porque uno no extraña lugares, uno extraña momentos. Esos, jamás vuelven.  Aunque no era mi primera visita a París, no volví a vivir lo de antes, sino que adquirí nuevas experiencias.  Únicas.  Perdonen si no sigo con detalle el relato, pero mi mejor esfuerzo sería insuficiente. 

Difícil describir lo que se siente al llegar a Montmartre y salir del Metropolitain para encontrar uno de tantos arcos de entrada estilo art nouveau, caminar por esas callecitas y tomar el teleférico hasta la basílica del Sacré-Coeur -subir las gradas es un reto en si mismo- y al entrar a esa edificación apreciar el magnífico arte sacro en su interior, que hasta hace relativamente poco era prohibido fotografiar.  Sea uno católico o no, lo imponente de la edificación y lo bello de sus íconos, tallas, imágenes y pinturas le toca a uno una fibra sensible. 

La Torre Eiffel, con razón, es el monumento más visitado de la tercera ciudad más visitada del mundo -hasta hace poco era la primera- y subir, a pesar de que demora varias horas por las enormes colas de seguridad y de acceso, es algo que uno también debe tratar de hacer por lo menos una vez en la vida, como si se tratase del hajj.  Esta vez no pudimos ir al restorán Jules Verne que se encuentra a dos terceras partes de su altura.  Con una vista espectacular, es uno de los buenos restoranes de París, algo que es muy bien reflejado en la cuenta.  Gracias a Dios, estaba en renovación y me salvé de ese oneroso placer.

También sería fútil describir -más que lo visual, la emoción-  que provoca entrar al patio interno del Louvre por la lateral Puerta de los Leones y salir por detrás de la Pirámide de vidrio, entrada principal del Museo de Louvre -diseñada por el genial arquitecto I.M. Pei-; pareciese como que uno sale de su palacio con el cortejo real, viendo, más allá del Arco del Triunfo del Carrusel, el bellísimo jardín de las Tullerias. 

La exhibición permanente del Museo de Louvre es algo que probablemente solo tiene parangón con el Museo Hermitage en San Petersburgo o con El Prado en Madrid. Más allá de la colección de piezas de arte helénico, egipcio, medieval y renacentista, el mismo edificio y sus elaborados dinteles, muros, cielos pintados, enormes puertas talladas y hasta el piso, son obras de arte.  Nadie, que tenga las posibilidades de hacerlo, debe faltarle hacer una visita. En verdad que uno se satura de tanto arte y le para doliendo la nuca de tanto ver para arriba, sobre todo a uno que es algo sapo. 

Con lo bello que es el Louvre y su contenido, confieso que en esta visita me impactó conocer -en mis visitas anteriores no había entrado- la Ópera de París, cuyo nombre es Palacio Garnier, y apreciar el detalle de cada rincón y recoveco; ningún espacio ha sido subestimado para decorarlo.  Su exterior, las escalinatas, el impresionante Gran Foyer y por supuesto, su sala de conciertos son bellísimas.  De las que conozco, en un distante segundo lugar colocaría al Teatro Colón de Buenos Aires. 

Por razones familiares -según mi abuelita- e históricas, siempre que voy a París hago un espacio para ir a Los Inválidos, otra impresionante edificación construida para albergar a soldados y oficiales heridos o adultos mayores del ejército. Sorprende y contrasta que se le haya dado ese trato a los veteranos de guerra cuando uno viene de estas latitudes y mira como se trata muchas veces a los que han dado, para bien o para mal, su vida -algunas veces, literalmente- al servicio miliar.  Aunque allí se encuentra una muy buena colección histórica de armas usadas en las muchas batallas del ejército francés a lo largo de la historia,  lo que uno va a ver allí es la tumba de Napoleón. 

La enorme cripta en la que habita -porque pareciese que vive- el inmenso sarcófago de cuarcita roja está rodeada de tallas del emperador en mármol blanco al estilo helénico, describiendo sus más brillantes aportes a la nación francesa: aprobación de leyes de gran beneficio -en materia civil, el código napoleónico sigue siendo la base de los códigos civiles modernos- el manejo del poder y del servicio civil, etc. tomando como base lo ya alcanzado por Grecia y por Roma. Como dije, más allá de lo bello, pero frío de la piedra, lo que es indescriptible es lo que se siente al estar allí.  A mi siempre se me salen las lágrimas de emoción al estar frente al homenaje que la nación francesa le hace a quien con luces y sombras -quién no- llevó la Patria en alma y corazón, y hasta la vida dio por ella.  A un costado, a media escalinata está la tumba del General Bertrand que mi abuelita materna decía que era nuestro antepasado -ella se apellidaba Castejón Bertrand- y siempre que voy paso saludando el pariente. 

Los magníficos edificios públicos que brevemente he descrito y mencionado son solo parte de lo que es París.  París también lo son sus grandes vías, el Sena, sus puentes, que entre los más famosos están el Alejandro Tercero, el Puente del Alma y el Puente Nuevo.

París es su gente, que, aunque todo mundo dice que son petulantes -como dicen también de los porteños- yo siempre he encontrado que no es tanto así, pero que en todo caso, tendían razón para creerse la divina garza siendo de y viviendo en esa ciudad.  Dios, en su infinita sabiduría, me hizo chapín, porque si yo fuese parisino o porteño, sería -todavía más- insoportable.

Las malas experiencias -que, aunque muy pocas, las hubo- son, en contraste, intrascendentes.  Un tipejo abusivo con pinta de ejecutivo nos sacó de un elevador del metro porque llevábamos carruaje (para eso es, pues) y ocupábamos mucho espacio; unos orientales que, habiendo nosotros pedido el elevador en el aeropuerto, al abrirse las puertas ellos se colaron y ocuparon todo el espacio y no pudimos entrar, cuando ellos bien podían haber usado las gradas ¡eléctricas, además! y nos dejaron a nosotros con carruaje, bien jodidos.  Así, que un mesero -también oriental- se portó como un imbécil o el conato de robo por parte de unos albañiles borrachos en pleno boulevard Saint-Germain fueron experiencias que, aunque no se olvidan fácilmente, resultan como digo, intrascendentes. 

Si viajar es vivir, viajar a París es vivir espléndidamente; de todo lo vivido, visto y gozado, lo más emocionante y lo que llevaré en el corazón para siempre es la oportunidad -el privilegio- que tuve de llevar a mi familia y ver como mi hijo se desenvolvía perfectamente en francés.  Haber podido llevar a mi familia y ver la expresión de sus caras es recompensa suficiente.  Para mí, es increíble cómo alguien tan egoísta como lo he sido yo, ahora encuentre tanto placer en la entrega y en el proveer gozo a alguien más que a si mismo.  Soy un ser privilegiado y doy gracias al universo por ello. 

Espero que no les haya parecido engreído de mi parte relatar el privilegio del que hemos gozado mi familia y yo en este viaje, pues lo he hecho con el único afán de compartir con ustedes lo vivido. Les deseo a todos ustedes, mis apreciados lectores, que tengan la oportunidad de compartir con sus familias una experiencia similar.  Como dicen que dijo Enrique de Borbón, ¡París bien vale una misa!

Post Scriptum 

Al terminar estas líneas, las noticias dan cuente que siguen los enfrentamientos en París y otras ciudades francesas entre las fuerzas de seguridad y los “chalecos amarillos” que han causado destrozos y generado enormes pérdidas a esa bella ciudad y a algunos de sus vecinos a quienes, sin tener vela en ese entierro, les han quemado autos y destruido locales comerciales y mobiliario en medio de un enfrentamiento con el gobierno por el aumento de impuestos a los combustibles y a la carestía de la vida en general.  Pude ver algunas manifestaciones y hasta le pregunté a un participante sus razones y comprobé que, no muy distinto a lo que ocurre acá, algunos son manipulados por políticos con intereses propios y que los manifestantes que ponen el cuerpo en la línea de fuego muchas veces no saben bien que es lo que están haciendo allí; lo único que saben es que están descontentos y que quieren demostrarlo violentamente. Con tanta distancia -cultural e histórica- me sorprenden las similitudes que hay entre Francia y Guatemala en ese sentido.  Aunque no son solo atribuibles a la izquierda los bochinches, si han tenido un rol preponderante, al igual que acá, cuando invaden fincas o cuando pintarrajean calles y edificios.  Algo hacemos mal en el mundo que estamos tan confrontados y tan divididos; pareciese que no aprendimos las lecciones de la primera y segunda guerras mundiales.  Pareciese que, nuevamente, un violento enfrentamiento ideológico está a la vuelta de la esquina.  Ojalá se me haga la boca chicharrón. 

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