Yo sé, parece el título de una nueva novela de Harry Potter, pero no. Todos los países tienen sus particularidades que los hacen especiales, aunque más que los países en si, son sus habitantes. Cada sociedad tiene un zeitgeist único que hace que a pesar de las diferencias que hay entre estratos sociales o entre los del área rural con los citadinos, hay pequeñas cosas que nos identifican.
Una de muchas de esas particularidades chapinas es que acá conjugamos algunos verbos de forma distinta. El que se me viene a la mente es el verbo: abusar.
En efecto, acá se conjuga de manera particular y distinta ese verbo que en el resto del mundo de habla hispana. ¡Somos unos genios! No soy lingüista ni semiólogo, pero creo haber descubierto esta interesante cosilla que nos caracteriza.
Para empezar, no lo conjugamos a partir de la primera persona del singular, sino empezamos al revés, por ejemplo, en el tiempo presente del modo indicativo a partir de la tercera del plural: ellos, ellas, ustedes abusan. Eso es lo que mejor hacemos, señalar el abuso de los demás. Somos capaces de identificar el abuso que comenten “los otros” con tremenda facilidad. Lo vemos en los diarios, lo vemos en las redes sociales y sobre todo lo vemos en los procesos judiciales. Siempre son “los otros” los que abusan. En el mismo modo indicativo, en el pretérito indefinido -el pretérito imperfecto no se usa porque no da certeza, nos deja como falibles al usarlo- encontramos otra conjugación que se usa mucho acá: siempre en la tercera persona del singular y el plural: el, ella, usted abusó; ellos, ellas, ustedes abusaron. Tal vez este es el tiempo preferido, pues ex post facto es más fácil identificar el abuso. ¡Ni modo!
En el indicativo siempre, pero en el tiempo futuro, aparte de la tercera persona del singular y plural, la segunda también se utiliza: tú abusarás; el, ella, usted(es) abusará(n). Esta se usa para señalar siempre a los otros, a los del partido opositor o a los de la ideología contraria. Acá, se hace acopio de facultades místicas de adivinación -propias de los chapines- para afirmar con certeza lo que otros harán en el futuro.
Pasando al modo subjuntivo, la cosa se pone interesante; el verbo siempre se utiliza para terceras personas, pero también vemos que ya se conjuga en primera persona, pero claro, en una hipotética circunstancia: –si yo– abusara/abusase (pretérito imperfecto/futuro) casi imposible, pero se conjuga a modo de ejemplo de lo que no puede pasar. ¡Cómo va a creer usted! El presente, por más subjuntivo que sea, no gusta conjugarlo. Deja muchas puertas abiertas, genera demasiadas sospechas hacia nosotros mismos y eso mejor no.
Se pone más interesante aún en el modo condicional. La primera persona toma más relevancia. Yo abusaría. Se da por sentado que eso solo pasaría en una situación extrema y perfectamente justificada. A modo de ejemplo se puede citar que “yo abusaría para castigar a los malos” Contra quién es el abuso lo justifica y nos expía. Por eso es que es posible conjugarlo en primera persona.
Ahora bien, usado en segunda o tercera persona, no se trata de justificación, sino de impedimento para algo; “si tu o ellos, ellas, ustedes llegasen al poder, abusarían” ¿Ven cómo somos de brillantes los chapines para, en el mismo modo del verbo, cambiar el significado y la corrección en el uso del verbo abusar? ¡Es que la RAE no sabe lo que se pierde al no estudiar a fondo esta nuestra superior cultura!
Por si todo lo anterior no fuese prueba suficiente de lo geniales que somos los chapines en la lingüística, es en el modo imperativo afirmativo en donde sobresalimos y nos separamos del rebaño de los hispanoparlantes para ubicarnos en el cénit, en la cúspide del uso del lenguaje. Es que eso de mandar -a otros, claro está- es lo nuestro. No importa que un chapín no tenga experiencia alguna en manejo de personal o posea números negativos en su indicador de inteligencia emocional; a la hora de mandar ¡nadie nos gana!
En el imperativo somos gamonales, magnánimos se puede decir. Acá usamos todas las personas en singular y en plural:
Tu ¡abusa! Usted ¡abuse! Nosotros(as) ¡abusemos! Vosotros(as) ¡abusad! Ustedes ¡abusen!
Lo conjugamos a la perfección cuando nos sentimos en confianza, con los nuestros o con nuestros subordinados. Es una graciosa concesión que nos permitimos con los propios o con nuestros compinches. ¡Así si! El abuso de los nuestros es, valga la redundancia ¡lo nuestro!
Esto lo hemos podido ver a lo largo de la historia de nuestro bello pero aquejado país, en donde en los gobiernos “liberales” -solo de nombre, aunque si liberales en comparación a lo otro que había entonces- otorgaron privilegios y concesiones a los amigos, a los suyos. Jamás a los “otros”. Y ni hablar de los conservadores que pues, solo conservaban para ellos, porque los demás no tenían nada que conservar. En la era democrática ha sido un poco más de lo mismo; plazas a los partidarios, a los amigos y a los parientes, amantes ¡y hasta exesposas! ¡A los nuestros, como debe ser!
Pero regresando a la conjugación del verbo, la primera persona del indicativo: yo abuso, o nosotros abusamos, no se usan. Es que no existen, pues eso no es posible. Es un oxímoron. El pretérito imperfecto yo abusaba, nosotros abusábamos, tampoco. Solo luego de capturas y algunas veces mediante la coacción (ellos abusaron ¿vio?) se ha empezado a utilizar la primera persona del pretérito indefinido yo abusé, nosotros abusamos. Confesiones extraídas a base de prisión preventiva y con el condicionante de conjugar también -a favor de la fiscalía- en tercera persona: ellos y ellas abusaron. Importante acá el cómo y con quienes más ellos y ellas abusaron.
Así, la riqueza lingüística de los chapines nos ha permitido expresarnos con propiedad sin importar que seamos liberales o conservadores, de derecha o de izquierda, creyentes o ateos, políticos o periodistas. Siempre, a menos que sea bajo presión y pena de cárcel, los chapines conjugamos en tercera persona. Los políticos siempre señalan a otros políticos -los opositores- o a determinado colectivo -empresarios, sindicalistas, medios o periodistas- pero jamás a su partido. Los periodistas siempre señalan los abusos de los políticos, ahora un poco también los abusos de los empresarios, pero jamás los abusos de sus colegas -por lo menos no públicamente- que salpican de caca irremediable e indeleblemente a cualquiera, muchas veces sin fundamento. Ahí, los periodistas callan porque acuérdese usted, amigo lector, que ellos y ellas, los periodistas, conjugan también en tercera persona.
Los empresarios han sido los pioneros de esa lingüística novedosa. Siempre señalan a los políticos, pero nunca a sus socios o agremiados (tercera persona, nuevamente); solo a veces y en reuniones privadas, desenfundan el dedo acusador para usar la segunda persona: ¡tu abusas! Más de una vez eso ha ocasionado cismas en las cámaras empresariales, pero nada que no se pueda arreglar después.
¿Y qué carajos tiene que ver el pobre Pitágoras y su copa en todo esto? Bueno, es que lo anterior se me vino a la mente luego de ver un programa en donde explicaron el funcionamiento de la copa. Para quien no sepa de qué hablo, abajo le dejo un diagrama y una breve explicación:
La copa de Pitágoras -también llamada la copa de los codiciosos, creada a modo de broma y enseñanza para sus estudiantes- funciona de la siguiente manera: a simple vista parece una copa cualquiera con un inserto en el medio; el inserto contiene un sifón escondido que baja por el medio del tallo de la copa y que, cuando esta es llenada más allá del nivel apropiado, comienza a chorrear por la base hasta vaciar todo su contenido. ¡Ingenioso artilugio! Y es que luego de ver el programa y pensar en cómo acá todos, casi invariablemente, abusamos de una manera u otra, pero no admitimos, justificamos o ni si siquiera vemos nuestro abuso, pero sí el de los demás, se me ocurrió que acá todos debiésemos tener una copa de Pitágoras para evidenciar nuestros abusos. Acá conjugamos siempre para afuera y rara vez para adentro; maldita esta forma de ser, tan particularmente nuestra, que no es exclusividad, eso si, de ningún estrato social, económico o facción política. El abusar está en nuestro ADN, pareciese. Dura admisión, pero impostergable si queremos ir avanzando un poquitín.
Los chapines, todos, necesitamos una copa de Pitágoras para evidenciar cuándo nos servimos más de lo que debemos en perjuicio de los demás que, para no quedarse atrás, también se sirven más de la cuenta. El resultado es un montón de copas vacías y todos nosotros chorreados y con el vino derramado. Nadie gana.
Si tan sólo aprendiésemos a servirnos moderadamente, tal vez más de una vez, pero moderadamente, nadie se chorrearía el vino y todos beberíamos contentos y sin excesos.
La copa es una metáfora pero muy válida para la vida en sociedad. No nos sirvamos más de lo que debemos porque los afectados vamos a ser nosotros mismos. Para ello hay que empezar a conjugar correctamente el verbo. ¡Yo he abusado! He abusado de mi posición socioeconómica para conseguir ventajas, yo he abusado de mi educación para burlarme del otro en debates con personas que no han tenido mi educación, yo he abusado de la sociedad -al ponerla en riesgo- al manejar en más de una ocasión cuando no debía hacerlo, yo he abusado de la Ley al manejar sin cinturón y muchas veces a exceso de velocidad, yo he abusado, yo he abusado y yo he abusado. ¿Cuántos de nosotros no hemos abusado, pero como somos nosotros, no lo admitimos? Es cierto que hay niveles y hay gravedad de las consecuencias, pero la próxima vez que usted señale con el dedo acusador a un político, a un empresario o a cualquier otro por un abuso, le recomiendo que chequee antes su copa y vea si no está completamente vacía y usted todo chorreado.