VIAJE A PARIS (1)

Luego de un corto, pero muy satisfactorio viaje a París con mi familia, acá me tienen nuevamente compartiendo con ustedes mis opiniones y, como en este caso, mis experiencias.  En mi último blog prometí trasladarles una suerte de crónica de viaje, así que eso trataré de hacer en las próximas entregas, sin pretender emular, ni por asomo, al “príncipe de la crónica”, al gran periodista, escritor y diplomático chapín -pero casi olvidado en su tierra natal- Enrique Gómez Carrillo, quien vivió precisamente en París muchos años, donde se desenvolvió a lo grande como un socialité, más allá de sus actividades literarias y diplomáticas.  Escribir de mi viaje me queda como anillo al dedo, pues luego de unos pocos días fuera del país y de no estar constantemente al pendiente de las redes sociales y de las noticias, confieso que al regresar me ha costado agarrar ritmo nuevamente. Es increíble cómo el simple hecho de no estar embebido del acontecer nacional y de la “coyuntura” le refresca a uno la mente y se da cuenta que, lo que acá a muchos nos parece que es el todo, lo de mayor importancia -la bendita coyuntura- no es realmente importante y que más allá de ella suceden un montón de cosas que nada tienen que ver con eso. Salirse de la burbuja de cuando en cuando es muy recomendable.

El viaje a París surgió de pura casualidad, no estuvo planeado, aunque con mi esposa siempre hacíamos planes de regresar a esa bella ciudad a donde nos fuimos de luna de miel.  Una noche me llegó un correo electrónico con una oferta de boletos a París que debía aprovecharse en las siguientes 24 o 48 horas; el precio era increíble y decidimos aprovecharla.  Así, como por mayo o principios de junio compramos los boletos para viajar 5 meses después.  Para alojamiento buscamos alguna oferta de apartamento bueno, bonito y barato -y bien ubicado, importantísimo en esa ciudad- pues los hoteles suelen ser bastante más caros y realmente uno no pasa tiempo allí como para justificar la onerosa erogación.  Así, encontramos excelentes opciones en el área que gusta tanto del séptimo distrito -forma en que se divide la ciudad- a un par de cuadras del bellísimo boulevard Saint Germain.  Por dejados y confiados, la mejor opción se nos escapó y tomamos la segunda que realmente tampoco era mala, pero el primer apartamento que vimos era una pequeña joya; seguramente pertenecía a una pareja mayor o a una mujer sola, pues el amueblado y la decoración daban esa idea.  Muy bien acondicionado y precio increíble; se nos fue por descuidados. Decidimos tomar otro que estaba ya no en ese distrito, sino en el sexto, pero fuera del séptimo solo por un par de cuadras.  Éste está ubicado la rive gauche, a una cuadra de la plaza de Saint-Michel y, al salir del pequeño y antiguo edificio teníamos al Sena enfrente y Notre Dame a pocos pasos.  Maravillosamente ubicado y para nada caro.  Eso si, se trataba de un pequeñísimo apartamento, una buhardilla casi, en el tercer nivel de un viejo edificio sin elevador y cuyas estrechísimas gradas en caracol hacían que subir cada noche al apartamento constituyera toda una hazaña. El apartamento no habrá tenido más de 25 metros cuadrados y el techo de la cocina y baño eran realmente bajos.  Para mi esposa y para mí no fue problema, pero para alguien un poco más alto si lo hubiese sido.  Sin embargo, era más que suficiente para lo que lo necesitábamos, ¡un verdadero pied-à-terre para nosotros!  Con pasajes y alojamiento arreglados, esperamos el transcurso de los meses, monitoreando el clima para saber a qué atenernos; en noviembre ya se está terminando el otoño y el frío de invierno se instala, así que debíamos prepararnos.

El frío no sería problema, pero si además llovía, sería muy lamentable, pues no podríamos caminar augustamente por la ciudad.  Los pronósticos tempranos confirmaban nuestros peores temores: habría lluvia los días de nuestra visita.  Ante eso, pensamos que sería mejor salir de la ciudad hacia el sur de Francia, o incluso viajar a Barcelona buscando mejores climas, pero como contaré más adelante, tuvimos una enorme suerte al llegar.

Ya no se puede decir que con “boleto en mano” pues ya no se emiten aquellos boletos de antes, pero si con pasaje pagado, alojamiento asegurado y con demasiada ropa empacada en las maletas, emprendimos el largo viaje haciendo escalas en Miami y Zúrich antes de llegar a nuestro destino.  El horario de los vuelos fue realmente retador, pues la salida de Guatemala fue de madrugada y con eso de tener que estar 3 y media antes en el aeropuerto, se convierte en un suplicio.  Sin embargo, tuvimos la enorme suerte de que no encontramos mucha cola en el mostrador de la línea aérea y el horror de pasar por el chequeo de seguridad, que normalmente es terrible, nos fue muy fácil y rápido.  Tuvimos suerte de que, contra mi voluntad, mi esposa, que frecuentemente tiene mejor criterio que yo, insistió en llevar carruaje para nuestro hijo.  A pesar de que es una molestia eso de tener que desarmar y armar el carrito cada vez que uno se sube y baja de un avión -más adelante contaré lo que eso representó en el metro de París- debo reconocerle que, a pesar de las molestias, insisto, nos fue muy útil y representó en más de una ocasión, cortesías de acceso en algunos lugares. 

En el vuelo de Guatemala hacia Miami uno siempre se encuentra conocidos; me topé con algunos amigos, uno que otro conocido y nos tocó ir -a dos filas de distancia en el avión- del influyente juez -influyente, por lo de su valla espectacular sobre los próceres, digo- Miguel Ángel Gálvez y su familia.  Al llegar a Miami -a donde no viajaba desde hacía muchos meses- nos topamos con la sorpresa que ya no se llena aquella hojita de migración, sino que el tema es electrónico y “self service”.  Cual oriundos del famoso pueblo de Zacapa que tantos chistes y anécdotas nos proveen, hicimos el “trámite” con la maquinita que resultó ser bastante fácil, para luego hacer una muy rápida cola para el paso en migración; lo que antes tomaba a veces varias horas, con el nuevo procedimiento lo hicimos en 30 minutos. Genial si uno tiene conexión con otro vuelo que generalmente sale del otro lado del enorme aeropuerto de Miami. Habiendo logrado pasar rápidamente migración y el paso de seguridad hacia la puerta de salida, todo con tiempo de sobra, nos dirigimos a un salón ejecutivo para descansar, tomar alguna bebida y cargar nuestros móviles para el largo viaje que nos esperaba.  Llegada la hora, nos dirigimos a la puerta de embarque donde por virtud del carruaje, pasamos inmediatamente y nos ubicamos en nuestros postreros asientos de clase económica, eso si, pasando por los de clase ejecutiva que tanta envidia causan.  Ni modo. Sentados y acomodados -y felices- estábamos listos para el salto al charco.

¡Continuará!

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