La Historia es escrita siempre por los vencedores; la Historia con mayúscula porque, aunque no me refiero a la ciencia propiamente dicha, la que escriben los vencedores es la historia oficial, la que se enseña en las clases de Historia, pues. También hay historias de historias, como se dice popularmente; no todo lo que llega a nuestros días es lo que realmente ocurrió ni todo lo que ocurrió. Si bien la tradición escrita -en contraposición a la tradición oral- ha servido para preservar el conocimiento de los hechos ocurridos en el pasado y su inmortalización en documentos escritos en los momentos que los hechos ocurrieron da la sensación de certeza que lo que allí se dice es “más cierto” que lo que se trasmite de boca en boca, tampoco puede uno fiarse y creer a pie juntillas todo lo que lee. Las posverdades no son monopolio del presente ni de la coyuntura; siempre ha habido intereses aviesos en distorsionar los hechos y transmitir solamente lo que conviene; así, lo que hay en volúmenes y volúmenes, tratados y ensayos de todas las épocas son, con suerte, recuentos limitados. Pos historias, a modo de paráfrasis.
Aclaro, por supuesto, que considero la profesión de historiador de las más nobles que puede tener la humanidad. Qué mejor servicio se puede hacer a la especie en pos -de nuevo el término- de su superación y conciencia colectiva, que escribir y enseñar del pasado para que no se comentan los mismos errores. Los historiadores son los guardianes del conocimiento humano, sus senescales.
Lo que pasa es que historiadores como Heródoto, Josefo o Tácito, quedan pocos. Claro los hay más recientes y también contemporáneos no solo por los períodos de la historia a la que se dedican, sino por la época en la que han vivido. Isaac Asimov tiene unos libros muy digeribles de historia, aparte de su prolífica obra de ciencia ficción; Enrique Krauze y Carlos Sabino son dos excelentes historiadores contemporáneos, por ejemplo. Pero escribir historia siempre se complica cuando se escriben versiones distintas o datos alternos -o simplemente complementarios- a los generalmente aceptados (aceptados por quién, debiese ser la pregunta); los dos últimos historiadores mencionados han sido criticados precisamente por escribir recuentos que no se conforman a cabalidad al canon preestablecido. El político y editor catalán, Bartolumeu Costa-Amic (a quien tuve el privilegio de conocer y almorzar con él en México, en más de una ocasión gracias a que era amigo de mi padre), fundador de la editorial que publicó por primera vez El Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias, publicó un libro de su autoría (que me dedicó y que está por’ai entre mis pocos, pero preciados libros) en el que desarrolla la teoría, basada en datos históricos y verificables -dice el autor-, que Cristóbal Colón, no era genovés sino catalán, se apellidaba Colom -como el de acá- y no Colón, ¡y que además era sobrino de los Reyes Católicos de España! Ese, para mí, es un clarísimo ejemplo de una versión distinta de la historia escrita por alguien de gran valía, pero que, como es “alt-truth” como dicen en la tierra de Donald (el pato y el presidente), no es difundida y es fácilmente ridiculizada por no conformarse a los cánones generalmente aceptados. Si la historia que se escribe no es del “mainstream” preponderante, difícilmente será conocida la versión, ya no digamos aceptada.
Lo anterior pudo haber pasado también en tiempos del buen Josefo, pero en este mundo actual, en el que, gracias a la tecnología y las telecomunicaciones es diminuto, y no enorme y distante como el de entonces, sucede inmediatamente.
Debemos tener presente que la “historia” que conocemos es parcializada o parcial, cuando menos. Si no, que lo digan los arqueólogos que de cuando en cuando hacen nuevos descubrimientos que amplían -o abiertamente contradicen- lo que se conocía y se tenía por aceptado de las civilizaciones antiguas. La historia, aunque sea la antigua, se sigue escribiendo constantemente y cada vez hay nuevos elementos que “alumbran” los hechos, sucesos y personas, que nos hacen cada vez conocer más y mejores datos de la Historia, con mayúscula.
Sobre los mandatarios guatemaltecos, hay historias de historias, pero las generalmente difundidas son las que han sido “aceptadas” como válidas. Como si el recuento de uno, dos o diez personas pueden dar cuenta fiel de lo ocurrido. La historia, la que se cuenta generalmente de los mandatarios guatemaltecos hasta más o menos 1975 (escojo arbitrariamente el año de mi nacimiento) es la que ha sido contada por el estamento criollo/conservador preponderante (con la notable excepción del “movimiento de liberación” de 1954, cuyo episodio lo reescribió la izquierda). La historia política más reciente, digamos que, de 1985 para acá, ha sido escrita por la izquierda y ha logrado revertir su derrota en el campo de batalla, teniendo victoria tras victoria en el campo político. Pero no en el campo político electoral, claro está, sino en el político histórico. Basta darse uno una vueltecita por alguna librería bien surtida de títulos sobre Guatemala y su historia política para darse cuenta de que la enorme mayoría ha sido escrita por personas con tendencia de izquierda. No pretendo descalificar de entrada sus trabajos, por favor no se entienda eso, sin embargo, llama la atención que así sea y, como dije antes, cuando se publican trabajos bien fundamentados que dan otra versión de hechos históricos que son fundacionales para la izquierda guatemalteca, son inmediatamente atacados -los trabajos y sus autores- y son calificados de tendenciosos. Esos sí, no los otros.
Carl von Clausewitz dijo que la guerra era la continuación de la política, por otros medios; en Guatemala ha sido al revés, pues la izquierda vencida en la guerra nunca claudicó, firmó unos acuerdos de paz en los que nunca creyó y logró continuar “su lucha” con todos sus crímenes amnistiados. Desde esa nueva posición táctica, han logrado escribir la historia que conviene a sus intereses, ya como dije, desde una posición de legalidad y no de clandestinidad.
La historia, o las historias que leemos acerca del conflicto armado interno son, en su mayoría, escritas por la vencida izquierda, en un contrasentido histórico que le otorga como parte del “botín” de victoria al vencedor, el escribir la historia. Acá no. Acá la ha escrito -y profusamente- la izquierda y ha contado su versión, claro está. No digo que no sea cierta, lo que digo es que es parcial, no completa.
La historia del conflicto armado interno está llena de abusos, de crímenes y de atrocidades. Hubo matanzas atroces perpetradas por el ejército y están -cada día más- documentadas en, valga la redundancia, documentos oficiales de aquella época. Más allá de los testimonios de víctimas o sus familiares en los juicios que se han sustanciado en contra de los veteranos de guerra, que pueden y han sido cuestionados por ser inverosímiles, hay una serie de documentos que dan cuenta del horror. Negarlo es como negar la luz del día.
Sin embargo, el otro lado de la historia, los crímenes y los actos terroristas que cometió la insurgencia han sido minimizados y hasta negados; cuando ello ya es imposible, la ex guerrilla ha dicho que saber quién lo hizo y saber bajo las ordenes de quién. Que bonito, ¿verdad?
Ayer, uno de abril y domingo de pascua, murió José Efraín Ríos Montt, general del ejército y ex mandatario de facto de Guatemala durante casi año y medio. Durante ese período, se ha documentado que ocurrieron buena parte de los abusos que se dieron en el contexto del conflicto armado; se le llevó a juicio por genocidio y luego de un proceso que, sin duda luego de ser analizado en un futuro, desprovista de la polarización actual, se evidenciará como parcializado y en el que se obviaron las más básicas garantías procesales. Las imágenes de la Juez Jazmín Barrios celebrando extasiada el fallo, quedan para la posteridad como prueba indeleble de su sesgo.
Durante el régimen de Ríos Montt se crearon también los tribunales de fuero especial, aberración judicial maquinada por -contradictoriamente- brillantes mentes jurídicas; se crearon las patrullas de autodefensa civil (que también cometieron abusos y que posteriormente fueron instrumentalizadas para fines políticos). Y, durante ese período también, no solo se logró contener los avances de la insurgencia, sino que se le dieron los más contundentes golpes que llevaron a su derrota. La historia, no se si pronto o tarde, tendrá que contarse completa y si bien no se borrarán los pasajes oscuros escritos con su puño y letra, se les dará justo contexto y se podrá ver también lo que esos actos evitaron para la gran mayoría de guatemaltecos.
Viendo hacia el futuro y no al pasado, su muerte trae consigo el cierre de un capítulo de la historia contemporánea; no el de su régimen de año y medio, sino del capítulo que estamos viviendo ahora cargado de polarización y de confrontación; de posiciones radicales y extremistas de ambos lados que no llevan a absolutamente nada bueno.
En esta época en donde las posverdades inundan la “tuitosfera” y la polarización pareciese ser moneda de curso legal, debemos analizar la historia para que no vuelvan a ocurrir los errores del pasado, pero hay que ver hacia el futuro. Un futuro que se ve amenazado más por el deterioro ambiental que por la amenaza comunista, un futuro que se ve amenazado por la corrupción tanto de izquierda como de derecha, más que por la posibilidad de un nuevo enfrentamiento armado, un futuro que se ve amenazado por la escasez de oportunidades de trabajo para miles de jóvenes todos los años. Esos son los retos que debemos enfrentar tanto “izquierdistas” como “derechistas” y que ni unos ni otros estamos dando propuestas, ya no digamos soluciones.
Dejemos entonces de ser una sociedad prehistórica, si no queremos convertirnos en una sociedad poshistórica.