En la vida no siempre se obtiene lo que se quiere. Perogrullada aparte, afirmo lo anterior porque, como lo expresé en mi blog anterior, yo no quería seguir escribiendo sobre la interminable saga de la Cicig y su permanencia/operación en Guatemala; creo que hay que ver hacia delante y tener conciencia que más pronto que tarde el sistema de justicia no tendrá como actor a ese ente y que sin él deberemos batírnosla contra la impunidad y la corrupción. Hace algunos días participé en un programa de TV donde la premisa desde la cual se partió -la pregunta inicial- fue: ¿Sin Cicig se podrá continuar la lucha en contra de la corrupción? Confieso que me chocó la pregunta porque la sentí sacada de las mismísimas entrañas de la perdición.
En la vida no siempre se obtiene lo que se quiere. Estoy seguro de que muchos no pueden ver una lucha en contra de la impunidad y la corrupción sin Cicig; luego de más de 10 años, muchos de los millenials han pasado buena parte de su vida -casi toda su vida “política” ciertamente- con ese ente inserto en la actividad judicial guatemalteca. Para ellos, resulta un cambio radical a lo que se ha tenido y que, para ellos, ha funcionado a la perfección. Perder algo así resulta impensable.
En la vida no siempre se obtiene lo que se quiere. Cómo, por ejemplo, yo hubiese querido que mi padre se muriese; aunque desde hacía años venía preparando su partida y yo, desde pequeño supe que los padres uno nos los tiene para siempre, su muerte me afectó drásticamente. No solo a mi, sino a todos sus amigos. Su muerte, pareció que sería imposible de superar. Sin embargo, la vida continúa y poco a poco me las he tenido que batir sin su amor, sin su presencia o sin sus sabios consejos. Yo no podía imaginar mi vida sin su presencia, sus constantes llamadas y mensajes, y sin sus deliciosos e interesantísimos almuerzos; el hecho es que acá estoy y, aunque preferiría lo anterior, ahora lo que toca es vivir sin él y hacer lo mejor que yo pueda. Si tan solo uno tuviese presente siempre que nada es permanente; todo es temporal, uno sufriría mucho menos. La vida continúa.
Así, desde su concepción, Cicig siempre fue temporal; con 5 prórrogas, como la prisión preventiva de muchos, excedió excesivamente -valga la redundancia- su temporalidad original. Ahora que se tiene la certeza que acaba, muchos se rasgan las vestiduras y claman al cielo porque no saben hacer nada sin Cicig. Preguntarse si cabe concebir una lucha contra la impunidad y corrupción sin Cicig es como preguntarse si uno puede seguir viviendo luego de la muerte de un ser querido. Para resumirlo, en una palabra, como dice un amigo: toca. No hay de otra. La pregunta no es si se puede, la pregunta es cómo le vamos a hacer, no a modo de lamento, sino de genuino planteamiento. Hay que continuar con la lucha en contra de la impunidad y la corrupción, eso que ni qué, y hay que hacerlo por nosotros mismos.
Lo que pasa es que, como suele suceder, cual estudiantes de primaria que no estudiaron, antes de pasar a dar la lección, la calientan para ver si se les queda algo. Lo que usualmente sucede es que, aunque se pueda repetir como lorito, no se aprende en realidad. (Advertencia: puede que los millenials no sepan de qué hablo, pero de mi generación para atrás, todos sabemos que era “pasar a dar la lección”). Si como sociedad, ahora que se va Cicig no aprendimos lo que nos pudieron enseñar en la línea de la prosecución de casos paradigmáticos y ahora pretendemos calentar la lección, vamos tarde. La culpa no es de nadie más que de quienes debieron -debimos- aprenderla a tiempo. Si los fiscales, jueces y demás “operadores de justicia” no aprendieron cómo hacerle para doblegar a poderosas redes de malosos, perdieron el tiempo. Otra década perdida.
Ahora que vienen las elecciones generales, seguro aparecerán candidatos que, queriéndole hacer creer a usted que ellos son Jesucristo, le prometerán revivir a la Cicig cual Lázaro. Allá usted si deposita su fe en falsos profetas. La fórmula que los guatemaltecos escojamos para continuar con la prosecución de las mafias será una cuestión nuestra y nunca más otra fórmula como la Cicig que, cual agüita mágica de la Baldetti, nos salió carísima y desde el inicio se supo que era un embuste y que no limpiaría el pantano. Si bien la fórmula debe tener un componente de limpieza de lo que ya se ensució, la verdadera salida está en dejar de ensuciar ahora y hacia el futuro; perseguir y castigar la corrupción pasada no es ninguna garantía que no vuelva a suceder, la historia nos da esa lección. Solo las sociedades que cambian su conducta hacia delante son las que dejan de enfrentar los males del pasado.
La semana laboral que termina también nos deja el episodio del llamado “auto amparo” de la CC a tres de sus magistrados; aunque es amparo provisional que podría revertirse en sentencia -improbable- y que es una resolución que debe acatarse, me permitiré, con mucha modestia, hacer algunas reflexiones en mi próximo blog al respecto. Consiente de que mi postura será contraria a la de notables jurisconsultos y a la jurisprudencia a sentarse próximamente -porque recuerden que solo es, por ahora, un provisional- la expondré a modo de ejercicio intelectual. Creo que les será muy interesante.
En la vida no siempre se obtiene lo que se quiere. Recuerde, nada es permanente; todo es temporal. Si quiere una figura más alegórica le dejo esta: en el juego de cartas de la vida, no siempre se obtiene y se gana con el As, sino con las cartas que a uno le tocan; claro está, uno tiene que saberlas jugar.