Hoy se cumplen 40 años del asesinato de Manuel Colom Argueta, mítico político de la segunda mitad del siglo pasado. Quienes lo conocieron -incluyendo mi papá- dan cuenta que era un hombre honesto y con el genuino espíritu revolucionario –contrario sensu a los revoltosos, asesinos y terroristas- que causaba dolores de cabeza a lo más oscuro de los “milicos” obtusos, pero también molestaba a los izquierdistas más radicales, pues su opción -la del FUR-, participando en el marco de la legalidad, tendría más acogida que las actividades radicales y criminales de los comunistas en la ilegalidad.
La amistad entre Romeo Lucas y “Meme” Colom era ampliamente conocida; a mi padre le constaba y así lo manifestó michas veces. En la página de Wikipedia es plasmado ese hecho que muchos “neo revolucionarios” quisieran desaparecer (https://es.wikipedia.org/wiki/Manuel_Colom_Argueta) para exacerbar sentimientos y para confundir a las nuevas generaciones.
Hoy que se cumplen 40 lamentables años de su asesinato, comparto un texto publicado por mi papá hace 10 años, a los treinta años del asesinato. No recuerdo si lo publicó en su página blog o en elPeriódico, porque lo he recuperado de sus archivos electrónicos. Los dejo con su artículo:
El día que asesinaron a Manuel Colom Argueta.
A mí no me lo contaron, sino lo viví.
Ésta no es la primera vez que lo cuento, pero lo repito hoy por cumplirse treinta años del asesinato y lo recuerdo como si hubiese sido ayer: un día antes había venido de México –donde estaba desempeñando el cargo de embajador de Guatemala– con el propósito de ultimar detalles para la visita programada del presidente de ese país, licenciado José López Portillo, la cual se frustró al final por las amenazas de muerte que hizo por la prensa el partido Movimiento de Liberación Nacional (MLN), y después de haber hablado con el Canciller de la República, ingeniero Rafael Castillo Valdés, me dirigí a Casa Presidencial, a donde había sido invitado a almorzar por el Presidente de la República, general Fernando Romeo Lucas García. Toqué la puerta de la esquina de la 6a. Avenida y 5ª. Calle, que era la que por esos días se empleaba, y me abrió la puerta un joven oficial de apellido Ligorría a quien le decían “El chino”, y después de saludarme me dijo: “Creo que hoy no le va a poder recibir el presidente Lucas porque se encuentra muy triste y encerrado en su dormitorio”. Lo primero que me pasó por la imaginación era que quizás había fallecido su querida madre, pero pregunté: “¿Por qué está triste y encerrado?”, a lo que me contestó con otra pregunta: “Todavía no se ha enterado de lo que pasó?” y después de que le respondí con una negativa me dijo: “¡Fue asesinado el licenciado Manuel Colom Argueta!”
Me quedé estupefacto y anonadado. “¿Cómo fue?”, pregunté. Y aquel oficial que era uno de los prefridos del general Lucas, según decían sus compañeros en el Estado Mayor Presidencial, con una gran tristeza reflejada en su rostro me contestó: “Parece que lo mataron a balazos por la zona nueve mientras manejaba su carro”. Y al franquearme la puerta para que tomara asiento en la sala de espera, agregó: “Pero espere un momento que voy a informar al señor presidente que usted ya llegó”, y entró.
Muy pocos minutos más tarde regresó para decirme: “Dice el señor presidente que pase adelante porque le va a recibir”. Y al llegar a la sala al lado del comedor encontré al alto y fornido militar y no me fue difícil percatarme de que tenía los ojos muy rojos e inflamados. “Pasá adelante que necesito tomarme un trago con un amigo”, me dijo al extenderme la mano, y me invitó a sentarme. Entonces, con la voz quebrada, lo primero que me dijo fue: “¡Mataron a Memito estos hijos de la gran puta!” Lógicamente, le pregunté: “¿Quiénes son los hijos de la gran puta que le asesinaron?” Y sin titubear me respondió: “Yo no sabría decir quiénes fueron las autores materiales del crimen, pero sí te puedo decir que quienes lo mataron actuaron por órdenes de alguien que quiere ser mi sustituto en la presidencia y no quiere tener una competencia en las elecciones como la que indudablemente habría sido la candidatura de Memito ahora que su partido político ya está autorizado”.
En el transcurso de la larga conversación que sostuvimos sobre ese tema, me contó que en San Salvador había hecho una estrecha amistad con el licenciado Manuel Colom Argueta a través de un amigo mútuo, el licenciado Francisco Villagrán Kramer, a quien conoció cuando ambos eran diputados en la Asamblea Nacional Legislativa. Y en cierto momento me confesó: “¡Me habían prometido que nunca le iban a hacer nada malo a Memito, porque no sólo era mi amigo, sino nosotros no habríamos podido ganar las elecciones sin el apoyo de Meme y sus partidarios!”
Ya lo había contado y lo he vuelto a contar para hacerle justicia a ese difunto ex presidente que fue mi amigo y también yo fui amigo suyo, de quien después de haber sido derrocado por unos jóvenes oficiales solamente se habla de la represión de su gobierno para combatir a la amenaza de la subversión guerrillera, pero no se recuerda que éste también construyó 18 hospitales por toda la república gracias a él tenemos energía eléctrica producida por la planta de Chixoy. Y que de no ser por ésta estaríamos a oscuras.
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Estimado Alejandro Palmieri, yo recibí, primero, durante muchos años la columna de su padre, y ocurrida que fue su lamentable muerte, por mera curiosidad, leí inicialmente con poco entusiasmo las primeras columnas suyas, las que para deleite mío y de sus otros primerizos lectores, pusieron en evidencia que el dueño de la pluma escribía bien, de manera ocurrente, y con un horizonte de temas aparentemente inagotable. Obviamente hay diferencias entre la forma de escribir suya y la de su padre, pues el estilo de escribir es algo estrictamente personal, que con el tiempo se va construyendo y mejorando. Creo que otra diferencia con su padre, importante pero no sustancial, es la vez que Jorge Palmieri casi nunca dejaba de publicar su columna semanal, al grado que muchas veces cuando viajaba, dejaba escrita su columna — o sus columnas — con antelación. Ahora bien, voy a lo que motiva estas líneas. No recibí esos cientos de ejemplares de una misma columna, cuando le quisieron torpedear la misma. Sin embargo, ahora, al abrir mi computadora este día, me encontré que su columna precisamente explicando esa forma de guerra sucia y cobarde, venía repetida unas ocho o nueve veces. Esperaré recibir la próxima a efecto de comprobar si el problema persiste. No dejo de aclararle que después de pasar mi niñez y adolescencia en Guatemala (Y ser muy amigo muchos de los Palmieri de mi generación, y haber conocido a su padre — y su amor por los buenos carros europeos —, a don Carlos Palmieri y su segunda esposa,a su único hijo José, médico, lamentablemente ya fallecido, y sus dos hijas, así como a doña Carlota y la vieja casa de la familia), después de terminar mis estudios de bachillerato, y mis primeros años universitarios en la UNAM de México, retorné a vivir en El Salvador, que es donde desde hace muchos años recibo las columnas de su padre y las suyas. Atentamente, Francisco Chavarría Kleinhenn.