PELOTAS Y PELOTUDOS

Bueno, terminó el mundial de futbol y ganó el equipo de Francia. El inesperado campeón -excepto para ellos, claro está- ganó todos sus partidos excepto contra Dinamarca y dejó en el camino a algunos favoritos de siempre como Argentina y Uruguay, además del equipo revelación -y que muchos esperaban llegase a la final-, la selección de Bélgica.  En la final le ganó al equipo de Croacia que mostró una garra increíble y llegó más lejos de lo que cualquiera – excepto para ellos, claro está- hubiese creído. En general, el mundial que vimos los que no pudimos ir personalmente transcurrió maravillosamente bien.  Más allá de uno que otro disturbio o gracejada de algunos aficionados -latinos, lamentablemente- no hubo problemas.  La introducción del VAR causó algunas polémicas, pero en mi opinión ni se comparan con las que se hubiesen dado de no tenerse ese recurso tecnológico.  Qué bueno que finalmente se utilice.  Putin logró su cometido al organizar un mundial como los mejores; seguro eso le habrá ayudado, aunque sea un poquito, a quitarse el colorón de autócrata que tiene. 

En mi opinión, fuimos testigos de una nueva era en el balompié; no se nada de nada de técnica o táctica futbolística, pero noté que las alineaciones y el juego tradicional -sobre todo el basado en limitarse a pasarle el balón a las grandes estrellas- se vio vencido por un juego más emocionante, con bastante de velocidad y por supuesto, el contragolpe, que hizo burla de las grandes selecciones.  Basta ver la humillante derrota 2-0 de Alemania a manos -a pies, de hecho- de Corea para darnos cuenta de lo que digo.  La juventud fue otro factor que influyó de gran manera.  La experiencia si bien sirve, en el campo de juego, por lo menos, no se compara con la resiliencia y tenacidad -ya no digamos energía- de los jóvenes.  ¡No por nada Mbapeé, pues!  Claro, juventud sin la guía de los experimentados entrenadores no hubiese servido de mucho tampoco.  Sorprendió el entrenador de Croacia, pero definitivamente tuvo mucho que ver con la victoria de su equipo la experiencia mundialista de Deschamps. 

Por más de una razón, en la final le iba a Francia, pero algo dentro de mí quería que Croacia sorprendiera y ganara para colocar la primera estrella en su camisola.  Les aseguro que naaaada tuvo que ver en ello la guapa -y sumamente capaz- presidenta de Croacia… bueno, tal vez un poco pues.  Algo dentro de nosotros los seres humanos, nos hace apoyar al que creemos que es el inferior, el que tiene menos chances frente al poderoso. El no hacerlo resulta casi inhumano, tanto en la cancha como en la vida. 

La fiesta del mundial ocurre cada 4 años y así como trae alegrías y sana distracción, tiene el potencial de volver salvajes cual fieras, a algunos que por su gran afición a determinado equipo están dispuestos a romper amistades y relaciones si estas no son de su mismo “equipo”.  Estas personas se convierten en hinchas, en hooligans o torcida y casi casi dejan de ser personas civilizadas.  La afición es entendible, pero lo que a algunos les pasa es una metamorfosis a fanático, a algo feral. 

Tengo un par de tristes experiencias con ello; hace ya un par de mundiales pasé una agria situación con un amigo de colegio que tanto por su afición al Real Madrid como por Brasil -yo le voy al Barça y a Argentina- profirió más de un insulto a quienes le íbamos a equipos contrarios. Pero no hablo de esos insultos entre cuates tan propios de los chapines, ah no, se disparó una sarta de insultos e improperios que uno esperaría escuchar en el lumpen, con intención de herir y ofender.  Claro está, no los dijo cara a cara; en aquel entonces la red social “de moda” era Facebook y por ese conducto soltó aquellos sapos y culebras.  Llegó a tal extremo, que lo tuve que borrar de mi lista de amigos y bloquearle.  Una pena la verdad, porque habíamos sido amigos durante mucho tiempo.  Habiendo pasado aquel mundial, nos hemos visto varias veces y la relación parece haber regresado a la normalidad, pero desde entonces me quedó la lección que, con alguna gente, es imposible compartir amistosamente durante el mundial porque si uno no le va al equipo de su predilección, uno se convierte en enemigo.  Y no es el único caso; hay otro par de amigos con los que es imposible tener relación cuando los equipos de nuestra predilección juegan entre si.  Al parecer las gestas deportivas los convierten en algo así como guerreros de esas batallas como las que salen en las películas en donde una larga línea de tipos armados con espada y/o lanza y escudo corren gritando y a toda velocidad contra otra línea de tipos que hacen lo mismo en sentido contrario.  Cuando se topan esas dos líneas ustedes ya se saben que pasa: espadas cortan brazos y cuellos, lanzas pican torsos y puyan caballos que al caer aplastan a dos o tres, sangre y lodo por todos lados hasta que un bando, por más mermado que esté, logra cortar, puyar y desmembrar a más opositores y así “gana” la batalla.  Pare ellos, cada partido de futbol se convierte en un Falkirk, Hastings o Azincourt. Lamentable.

Al final, el equipo al que uno le va ganó o perdió y hay que esperar 4 años para que vuelva a tener la oportunidad de competir nuevamente.  Hay otras competencias como la Eurocopa o la Copa América, pero no consiguen lo de un mundial. 

Pensando sobre las pasiones que levanta un mundial y cómo puede llegar a pasearse en amistades, inmediatamente hice el paralelismo con la política y con las elecciones generales que en Guatemala también son cada 4 años -aunque algunos siempre pretendan que se adelanten o que se elimine al ganador-.

En la política y en especial cuando se acercan las elecciones, uno también está en riesgo de perder amistades porque algunos se ponen como aquellos que arriba describí.  Salvando las distancias y las diferencias, ser partidario de determinado partido político es parecido a ser seguidor de un equipo de futbol en el mundial.  Por supuesto que uno quiere que gane su favorito -por las razones que sean- pero si no gana, no hay por qué hacer de menos al que si ganó o peor aun, tratar de arrebatarle el triunfo.  Pero la política es más que elecciones cada 4 años y no estar permanentemente consiente de ello es, en parte, lo que nos tiene como estamos.  Queremos partidos -equipos- institucionales y fuertes, pero no se permite promoverlos y darlos a conocer más allá de los míseros meses de campaña que ahora van a ser menos todavía.  ¿Quien nos entiende?  El techo de campaña se ha bajado para contrarrestar -hipotéticamente- los abultados y absurdos montos que algunos partidos llegaron a gastar obtenidos de fuentes sin reportar o claramente provenientes de actividades ilícitas. Está muy bien limitar, fiscalizar y transparentar los fondos de campaña, por supuesto, pero ahora hasta los aportes de fuentes lícitas dados con la genuina intención de apoyar tal o cual visión o tendencia ideológica son criticados y se cuestiona su intención. Así, los únicos que van a atreverse a dar dinero son los que no tienen nada que perder, los corruptos y los delincuentes.  ¿Eso queremos?  Pregúntele a su amigo “más magnate” si en estas condiciones piensa apoyar -como siempre lo ha hecho, probablemente- al candidato de su preferencia; me atrevo a adelantarle que le dirá que no.  Aunque no tenga nada que ocultar, nadie quiere el escrutinio de una prensa -o de una bola de tuiteros- que ven micos aparejados por todos lados.  Que el financiamiento debiese ser público para evitar eso, es una discusión pendiente y que tiene sus méritos, pero también sus bemoles.  Lo que si le se decir es que la campaña para elegir autoridades en el 2019 será muy particular.  Ojalá que eso nos lleve a elegir acertadamente y no, precisamente por la falta de difusión de ideas y falta de conocimiento de los candidatos, el electorado elija a alguien indeseable.  El hecho es que limitar a unas cuantas semanas la actividad política pública de los partidos es un contrasentido.  Regresando al paralelismo futbolero, para eso son los partidos amistosos entre selecciones, por ejemplo.  Imaginémonos que la selección de tal o cual país solo pudiese jugar para las eliminatorias y para el mundial y solo entonces pudiese medirse con las selecciones de otros países.  Lo que veríamos en el mundial serían equipos que no saben jugar entre ellos, que no tienen planteamientos claros y que a la hora de la competencia dan un triste espectáculo.  No se por qué, pero justamente eso es lo que a mi se me hace que pasa con los partidos políticos en Guatemala en las elecciones y los resultados están más que claros.  No podemos esperar institucionalidad en los partidos políticos si solo los dejamos “jugar” para el mundial. 

Las elecciones están a la vuelta de la esquina y de acuerdo a la normativa vigente, los posibles candidatos no pueden salir abiertamente a plantear sus ideas y exponerlas al debate público porque ¡Dios guarde y hacen campaña anticipada!  Los partidos no pueden darse a conocer más que en pequeñas reuniones que disfrazan de actividades internas, porque ¡Dios guarde y hacen proselitismo! 

Los planteamientos de los posibles candidatos y el conocimiento por parte del público del ideario de los partidos políticos son imperativos para que a la hora de votar, podamos elegir con la mayor información posible y no con la menor exposición o “contaminación” proselitista como es hasta ahora.  Insisto, los resultados de esto están a la vista. 

Los jugadores que van al mundial con sus selecciones nacionales no solo juegan todo el tiempo en sus respectivos equipos, sino que de cuando en cuando, sobre todo cuando se acercan las eliminatorias y el mundial, juegan entre sí para poder dar lo mejor a la hora buena, a la hora de jugar por su país. 

Si no les permitimos a los políticos jugar pelota, siempre dentro de un marco de legalidad y con fiscalización eficiente, a la hora buena darán un triste espectáculo, como es hasta ahora.

Si no le tiramos pelota a los políticos y les exigimos que nos demuestren cómo jugarán a la hora del “mundial” que son las elecciones generales, no nos extrañemos que terminemos, para un período de 4 años, con un equipo de pelotudos. 

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