Sobre el silencio se han dicho y escrito océanos de palabras. Contradictorio; casi parecería una burla. El hecho es que el silencio y sus beneficios han sido tratados por filósofos y pensadores desde tiempos inmemoriales.
“El silencio es uno de los grandes artes de la conversación” dijo Cicerón. George Bernard Shaw dijo que “el silencio es la más perfecta expresión de desdén” (me encanta); Benjamin Franklin dijo que “Como debemos tener en cuenta cada palabra, también debemos tener en cuenta cada silencio”. Así como esas hay miles de frases alusivas al silencio, sin embargo, creo que la que más me gusta es la de Epicteto, quien dijo lapidariamente que “el silencio es más seguro que la palabra”. Eso es algo de lo que me he tenido que dar cuenta reciente y muy desagradablemente. No sé si el encierro, las amenazas de más encierro, las dificultades económicas generalizadas o qué, está afectando la ya difícil interacción en redes y en grupos de amigos. La cosa es que muchos andan más sensibles que de costumbre; snowflakes, se les dice en inglés. El decir lo que uno piensa siempre ha sido dificultoso; cientos, miles de personas han derramado sangre por el derecho siquiera de poder hacerlo. La libertad de expresión es una de las más incomprendidas y de las más atacadas. Nadie, particular o autoridad debe tener la posibilidad de coartar ese derecho; la libertad de expresión es absoluta. Eso si, claro está, hay repercusiones cuando se transgreden otras normas, pero eso es una consecuencia, no una limitante. Así, muchas personas se pueden sentir ofendidas -con o sin razón, es su derecho- por lo que yo digo, por ejemplo, pero no tienen derecho alguno a limitar lo que digo. Tienen derecho, eso sí, a ofenderse, llorar, patalear, mandarme a la mierda, pijacearme (aunque francamente preferiría que no lo hiciesen) o bien demandarme por lo que consideren injurioso. Para eso está la figura legal. Gajes del oficio.Entre amigos, los malos entendidos deben aclararse de frente, no a espaldas de ninguna de las partes y de buena fe; si hay razón para enojo, se presentan las disculpas y listo; si no, el incorrectamente ofendido debe comprender su yerro y pedir disculpas por el reclamo. Sencillo, ¿no? Pues las cosas rara vez son así de sencillas. Egos y hasta hormonas se anteponen al intelecto en esos casos. Como dijo el buen Epicteto, el silencio es más seguro que la palabra. En un grupo de amigos, hay uno de nosotros que tanto en reuniones como en un chat ¡ah, los desventurados chats! casi nunca participa. Varias veces se le ha reclamado -en buena lid- por su silencio cual esfinge, a lo cual él, muy graciosamente siempre ríe nada más. Basta decir que es quien en menos discusiones se mete y quien menos altercados tiene con el resto; él es la encarnación de la sentencia del filósofo estoico. Él, nuestro amigo, vive mucho más tranquilo que yo, digamos. Reconozco que a mi me cuesta trabajo quedarme callado en una discusión, sobre todo cuando yo tengo algo que aportar o creo que mis palabras, por más que puedan raspar, brindarán elementos que otros no tenían. Aparte es cuando uno, por joder o por imbécil se mete a discusiones estériles. También me ha pasado y en esos casos asumo gustoso las consecuencias. Hasta me divierte. Salvo revelaciones indebidas de información dada en confianza o de secretos profesionales, nunca he reclamado a alguien decir algo por el simple hecho de decirlo. He reclamado insultos; he reclamado imprecisiones, pero nunca el derecho de alguien a ser majadero o impreciso. Sería un traidor a mi conciencia si quisiera que alguien callase. Dos incidentes recientes, con amigos, me han hecho repensar mi impetuoso ánimo de participar siempre en discusiones; ciertamente para algunos, yo, calladito me miraría más bonito. Nunca me ha interesado ser bonito. Francamente me tiene sin cuidado. Prefiero ser franco, ácido o tosco, que hipócrita. Miles de científicos y filósofos murieron en la hoguera de la inquisición; miles, también, de periodistas y escritores, políticos y opositores han muerto en el cadalso o desaparecieron por la intolerancia de regímenes autoritarios, como para que ahora yo busque seguridad en el silencio. Lo que Epicteto sentenció no fue un consejo, sino una triste realidad vigente desde siempre. Me rehúso a creer que alguien con tan brillante mente era pusilánime. La vida de mi amigo, el “esfinge” es más tranquila; lo quiere todo el mundo y es siempre bienvenido; mi vida es mucho más agitada, mis relaciones son mucho más veleidosas y problemáticas. Seguramente no le caigo bien a mucha gente, contrario el caso de mi amigo, pero es el derrotero que he escogido; ¡alea iacta est!Termino presentando mis sinceras disculpas a todos los que se han sentido ofendidos por mis palabras, en alguna ocasión o siempre; salvo muy contadas ocasiones, no ha sido mi intención ofender por favor, discúlpenme. Sin embargo, soy irredento en cuanto al camino que he escogido. Por más pasturas apacibles que pudiese recorrer si callase, prefiero el camino pedregoso de la palabra. Como dije alguna vez, si mis palabras le ofenden, pare de sufrir: no me lea. Simple. Si me lee y se ofende, el problema es suyo, no mío.