TRAGEDIA

Guatemala vive momentos difíciles.  Ayer domingo 3 de junio el volcán de fuego lanzó piedra, arena y ceniza por los cielos luego de una erupción que además vertió lava por sus faldas, destruyendo todo lo que ha encontrado a su paso.  Sin embargo, el daño más devastador fue causado -según he podido leer y ver en distintos medios- por el flujo piroclástico que bajó a altísimas temperaturas y a una velocidad que no dio tiempo para escapar a 35 de los pobladores del área que fallecieron en el acto.  Como suele ocurrir, lamentablemente, el número de muertos seguramente aumentará conforme las fuerzas de rescate consigan avanzar entre los escombros.  Desde la comodidad de mi silla, frente a la pantalla de mi computadora mientras escribo estas líneas, puedo decir lo lamentable que es esta tragedia, lo mucho que puedo -según yo- imaginar el dolor de las familias que han perdido todo y hasta creo sentir empatía.  ¡PAJAS!  Es imposible para mí ponerme en el lugar de esas personas; por más que trate, jamás voy a saber lo que es eso.  Ese hecho en si, ya es lamentable.  Veo a mi hijo, sano y salvo y le doy gracias a Dios por ello.  No se qué haría si lo estuviese buscando desesperadamente entre escombros luego de una erupción como la de ayer.  No quiero ni imaginarlo.

A mi, citadino de clase media, me queda solamente el “sentimiento” de solidaridad y la empatía; ayudar comprando víveres y demás insumos para que los equipos y personal especializado lo lleve a quienes lo necesitan.  Es muy poco lo que yo puedo hacer, tristemente.  Es muy poco lo que, como sociedad, podemos hacer por los damnificados; no se nos prepara para ello.

A mi ya no me tocó hacer el servicio militar (antes obligatorio) y en mi seminario de problemas nacionales, requisito entonces para graduarse de bachiller en ciencias y letras, solamente hicimos una investigación que requirió poco o nada de trabajo de campo. Así era entonces, no se como sea ahora, aunque entiendo que existe una suerte de “servicio civil” para los patojos que se van a graduar del colegio.  También entiendo que no sirve para un carajo.

Contrario a lo que algunos todavía creen, es previsible que no suframos la invasión de una fuerza regular extrajera que requiera de la participación militar de todos los ciudadanos para defender el territorio.  Ha quedado más que claro que las amenazas en estos tiempos son de otro tipo, como el narcotráfico que requiere de fuerzas profesionales -y muchísimos recursos- para combatirle, por lo que la conscripción no es una solución. 

Pero lo que ha quedado tristemente evidente con tragedias como la de ayer, es que una amenaza real y latente es nuestra geología.  En momentos como este se me ocurre que sería una muy buena preparación para los patojos -en beneficio de toda la sociedad- que se requiriese unas semanas de preparación para desastres, tanto para saber qué hacer en lo personal, como preparación para poder, en un momento trágico, poder servir como apoyo a las fuerzas de rescate y de esa manera poder contar, como país, con una suerte de “reservistas rescatistas”, pues es muy probable que algo así vuelva a ocurrir.  Si no es un volcán, será el desbordamiento de ríos, terremotos, derrumbes o huracanes.  Guatemala es uno de los países más vulnerables por el cambio climático, sería bueno que nos preparásemos como individuos y como sociedad para enfrentar lo que, con seguridad nos viene.  De poco servirá el ordenamiento territorial -del que falta muchísimo todavía en Guatemala- o los fondos y equipamiento, si no se cuenta con personas que puedan ayudar como y cuando se necesita.  Recuerdo el también trágico derrumbe en el Cambray II, allá en octubre de 2015.  En ese momento, no solo estaba en una posición desde la que creí que podría haber ayudado algo más (era Secretario de Comunicación Social de la Presidencia) sino que el Cambray está a pocos metros de mi residencia y sentí la necesidad de ayudar a mis vecinos; sin embargo, me topé con que mi presencia física -y mi intención de ayuda- sería más estorbo que ayuda.  Yo no estaba calificado para ayudar en el sitio, por lo que tanto a mi, como a muchos otros nos dijeron gracias, pero no gracias.  Era mejor que ayudásemos comprando víveres y otros insumos, como ahora.  Seguimos sin la preparación, insisto, como individuos y como sociedad, para poder ayudar de una manera más personal, más humana y no solo comprando cosas.  Eso es algo que, a la luz de lo ocurrido, espero que cambiemos pronto. 

Si todavía tenemos duda que ante un evento como el de ayer, nadie está a salvo, por más recursos que pueda tener, basta ver las fotos que circulan en redes sociales de la destrucción del lujoso y exclusivo club de golf La Reunión.  Si bien entiendo que allí no hubo pérdidas humanas, la destrucción material no discriminó entre club de lujo y modestas viviendas; la furia del volcán destruyó cuanto encontró en su camino y no se detuvo para ver estados financieros. 

Queda claro, por supuesto, que la pérdida de una vida humana es irreparable, cuando la pérdida material, aunque cueste, se puede reparar. 

Mi punto, y espero que se entienda en ese sentido, no es decir quién perdió más o menos; ya las redes sociales dieron cuenta de comentarios por más inapropiados endilgando -con ese humor chapín tan peculiar- la tragedia ocurrida como consecuencia del traslado de la embajada de Guatemala a Jerusalén.  No vale la pena ahondar en ello o en los dedos señalando a tal o cual funcionario, comisionado o embajador por hacer o no hacer nada, este no es el momento de mezquindades.  Mi observación sobre la destrucción indiscriminada de propiedad, tanto lujosa como humilde es tendiente a que nos demos cuenta de que todos estamos expuestos, todos podemos ser víctimas y todos debemos hacer algo para prepararnos para la próxima, que sin duda vendrá.  Eso si, entre ellos -los más afectados- y usted y yo hay una enorme diferencia y es que nosotros si podemos dedicarnos, aunque sea una hora a la semana, por decir algo, a prepararnos técnicamente, para ayudar a nuestros hermanos en esa situación de alta vulnerabilidad. 

No le digo que se haga bombero, o que deje su actividad productiva para ser paramédico o rescatista, pero sinceramente creo que quienes somos privilegiados tenemos cierta responsabilidad moral de ponernos al servicio de quienes lo necesitan. 

No tengo idea si existe un curso que se llame “rescatismo para idiotas” o algo así, pero buscaré y de encontrar algún programa que me pueda preparar para servir en situaciones como esta, se los comunicaré por si les interesa a ustedes también.

Nos falta mucho, mucho, como sociedad para poder llamarnos como tal; la empatía y el apoyo, aunque sea económico es un buen primer paso, pero requerimos de más para poder sobrevivir. Las luchas ideológicas y sectarias parecen ser inevitables, pero no es posible que no podamos dejar por un lado, siquiera por un momento, nuestras diferencias y converjamos en lo que a todos nos atañe. Ayudemos a nuestros compatriotas en estos momentos de necesidad, ya habrá tiempo para pelearnos, si queremos, más adelante.

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