AMIGOS EN LA POLÍTICA

Tener amigos es maravilloso.  Se ha dicho que los amigos son la familia que uno si escoge; se han compuesto bellas canciones al respecto, como las de Roberto Carlos llamadas Amigo y la de Un Millón de Amigos.  Hay muchísimas otras, pero esas dos vienen a mi mente.

Uno hace amigos en la escuela, en la universidad, en el trabajo, en el gimnasio y en otros muchos lados; generalmente se suele ser amigo de alguien que comparte alguna afición o actividad, aunque también los hay aquellos que “nada que ver” como se dice comúnmente.  Eso si, usualmente los amigos que uno hace en la infancia o juventud son los que perduran, no se por qué. 

Así, digamos que un empresario es propenso a tener amigos empresarios, o un médico lo es a tener amigos médicos; no pretendo generalizar, pero así suele ser. 

De esa cuenta, es común -vaya, usual- que un político tenga amigos políticos.  Nada malo hasta allí, sin embargo, es terriblemente demonizado en los medios y en las redes cuando un político que alcanza una posición busca rodearse de sus amigos.  Pues de quién habría de rodearse, ¿de sus enemigos?  Claro, el tema de que la colaboración sea remunerada con dineros públicos es una consideración válida, pero es ridículo pensar que se contratará a personas que no son afines, que no comparten la visión o ideología, o que abiertamente son sus opositores.  En algunas ocasiones un político le ofrece un puesto a alguien que ha sido su contrincante; eso pasa en todo el mundo y hay centenares de ejemplos de ello.  Para una muestra local, recordemos como Serrano tuvo de ministros a por lo menos dos -que yo recuerde- contrincantes suyos en la elección. En esa oportunidad, como en otras tantas, me inclino a pensar que fue más por tenerlos cerquita para poder controlarlos, ya saben: a los amigos cerca y a los enemigos más cerca, pero esa es harina de otro costal.

Para intentar zanjar este asunto, voy a poner un “hipotético” ejemplo:  Un gobierno de derechas -bueno, según dicen- debe nombrar a un ministro para una cartera, digamos la de salud.  Obviamente se buscará el perfil de un médico, aunque algunos expertos sostienen con razón -en mi opinión- que nada tiene que ver la instrucción médica a la hora de administrar una cartera con tantos recursos físicos, humanos y económicos.  Así, la administración decide colocar a una persona que, aunque no hizo campaña con el partido gobernante, viene con muy buenas recomendaciones de algunos influyentes sectores; allí comienza a gestarse un futuro problema, pues no hay otro vínculo más que el de compartir una gestión pública. Digamos pues, en aras de la inclusión en este ejemplo, que se contrata a una mujer médico que ha tenido experiencia en salud pública.  El Ministerio de Salud es inmenso y tiene no se cuantos sindicatos que presionan por todos lados para conseguir privilegios -más para sus dirigentes- y, por lo tanto, la de salud es una cartera dificilísima de manejar.  La nueva ministra debe contratar a su personal de confianza y para ello busca a sus amigos, a sus conocidos, a sus compañeros, para la titánica tarea.  ¿Ustedes ven algo malo en ello?  Yo no. 

Coincidentemente, un caso justamente así se dio en Guatemala hace algunos meses, no se si lo recuerdan.  Se trató de la exministra Lucrecia Hernández Mack y de la contratación de sus correligionarios/amigos para ayudarla en su gestión.  Era de esperarse que la funcionaria contratara a sus amigos, como generalmente sucede aquí y en la China (sin albur, por favor).

Tan no tuvo nada de malo, que la prensa ni mencionó el tema, pues las cabezas frías en los medios prevalecieron y no cayeron en la tentación -en la que si se cayó en redes sociales- de denostarla por esa práctica.  Creo que lo medios, en aquella oportunidad hicieron bien.

Curioso resulta entonces, cómo en casi cualquier otro caso de otros ministros y de otros gobiernos, la prensa -aquellas cabezas frías- atacan visceralmente cada vez que lo mismito sucede, con la única diferencia de quién es el ministro o ministra.  Que si fulanito puso de director de no se qué al que fue su compañero en la U; que menganito llegó allí “solo” porque son amigos. O peor aún, en una inaceptable muestra de machismo y misoginia: es que a ella la nombraron porque es amiguita -diminutivo con mala intención- del ministro.  Según muchos medios y periodistas, casi casi, una mujer -peor tantito si es atractiva- solo puede alcanzar un puesto o una plaza pública si es a través de favores sexuales.  Esa deleznable actitud, rayana en lo delictivo, es propia de periodistas con serios problemas de personalidad.  Como digo, curioso que en el caso de la exministra Hernández no haya sucedido, pero me alegro, pues no debe extrañar que los amigos se relacionen con sus amigos y no con sus enemigos.  ¿Es tan difícil eso de comprender o aceptar?

Lo anterior es un ejemplo para caer rápidamente en una reflexión que puede o no gustar: acercándose el banderazo de salida para la campaña electoral, vamos a ver a los partidos nominar a personas que son amigos o familiares -cuando no están dentro del grado de Ley- para puestos públicos y eso no debe de extrañarnos.  Más todavía, cuando alguno o alguna llegue a ser electo, al formar gobierno seguramente escogerá a correligionarios y amigos para formar eso, gobierno.  Que no nos pase como aquellas señoronas de illo témpore que se persignaban ante alguna demostración de afecto en público, pero que tenían de 6, 7 o más hijos que, indudablemente, no fueron “sin pecado, concebidos”.

Que no nos agarre el dedo la puerta al llegar ese momento y vayamos a hacer toda clase de aspavientos, que nos “indignemos” y miremos al cielo como buscando alivio, o nos rasguemos las vestiduras.  Eso va a pasar y, en tanto hagan el trabajo que se les encomienda con diligencia y celo, no hay nada de malo que un político contrate a un amigo.  Esa es la verdad y yo se que puede chocar, molestar y hasta ofender. 

Porque, aunque no guste siempre, ese es precisamente el rol de un buen amigo, decir las verdades, aunque dolorosas, a los amigos.  Sobre todo, si son políticos. 

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