DISCUTIR

Confieso que me gusta alegar.  Tal vez por eso es por lo que de patojo me metí a estudiar la carrera de Derecho. Por supuesto, que cuando se trata de discutir con alguien, no tengo la más mínima intención de perder -en esa falsa idea que hay un ganador y un perdedor en toda reyerta, aunque sea verbal- y cuando ocurre -que yo pierdo- aunque algo mosca, concedo la victoria al vencedor porque se lo ha ganado.  Nunca fui bueno para los morongazos; creo que, si me tocara a estas alturas de mi vida “irme a las manos” con alguien, haría un oso colosal.  De esa cuenta, temprano en la vida comprendí y acepté que lo mío no serían las proezas pugilísticas, no por rechazo a la violencia física sino porque si quería “ganar”, tendría que ser en otra arena, en otro ámbito.  Así, cada vez que puedo -léase mi confesión inicial- entablo discusión con algún amigo o extraño que esté dispuesto a blandir el filoso sable del intelecto en buena lid.  El tema no importa, en tanto sea alguno que dominemos ambos; considero una deslealtad discutir con alguien cuando el otro no sabe, de igual forma al revés.

Claro está, que una discusión amigable siempre se puede salir de control y subir de nivel hasta convertirse en una bronca en la que se dejan los argumentos y comienzan los ataques personales.  Ahí, ya todo valió madre, como se dice en México.  Es el equivalente a que, en una pelea de Box, uno de los púgiles se canse de no poder vencer a su contrincante con puñetazos y empiece a dar de patadas o mordidas.  En el Box hay reglas y réferis, en las discusiones entre amigos, no. Lamentablemente. 

Las discusiones sobre política siempre han sido acaloradas, pero así son todas -las discusiones- cuando se habla de pasiones.  Si, considero a la política una pasión que es capaz de encantar a los más experimentados, tal como lo hicieron los cantos de sirena a la tripulación del buen Odiseo.  Es más, me causan tremendo aburrimiento quienes hablan de política fríamente, como si estuviesen dando las estadísticas de la precipitación interanual en la isla Pitcairn durante los últimos 50 años, por ejemplo.  Pero divago, esa es materia para muchos otros blogs, ya verán.

Las posiciones individuales en las discusiones que versan de temas importantes para las personas, como los son los principios, la religión, amigos, familia y la ya aludida política, entre otros, siempre tienen el potencial de herir susceptibilidades y frecuentemente lo hacen.  En esos casos, es aconsejable dejar que las heridas sanen; la mayoría de ellas sana con el tiempo, el bálsamo universal.  Otras, las menos, no logran sanar simplemente con el tiempo y requieren de una subsiguiente conversación en la que la parte “herida” reciba una disculpa por la supuesta ofensa. Sea el primer o el segundo caso, las discusiones no debieran causar heridas de muerte.  De muerte de amistades, quiero decir. 

Como vengo exponiendo en este blog desde eel lunes pasado, las discusiones políticas están a la orden del día; que si Jimmy o que si Iván -como si fuesen mutuamente excluyentes-, o que si Israel o Palestina, que si Cafic o Codeca, ad infinitum ad nauseam. Siempre habrá quienes se planten en una postura o en un favorito -cada uno tiene sus favoritos, ya lo he dicho- y cualquier disenso es causal de guerra (lucha, les gusta decir a algunos). 

Como también dije en el blog anterior, la capacidad de argumentar racionalmente se ha venido perdiendo y se apela cada vez más a las emociones o a cualquier otra característica o comportamiento humano.  Apelar a las emociones está bien, pero no como razón.  Constantemente vemos y escuchamos cómo muchas personas se confunden al tratar de explicar algo; “yo siento que…” se utiliza en lugar de “yo pienso que…” y viceversa.  Se confunden las facultades mentales con los intercambios bioquímicos en el cerebro y que se traducen en emociones.  No es lo mismo Chana que Juana, dice el refrán popular. 

En mi “animus belli”, es decir, en mi espíritu de alegón, he tenido muchos altercados en mi ya no tan corta vida; alegatos que incluso han puesto -sin que esa fuese la intención- en pausa amistades con las que se han compartido felices momentos.  En mi caso personal, los enojos y los resentimientos que en algún momento he albergado en mi corazón, desaparecen tan fácil y súbitamente como han aparecido.  Aquellos que creen que la posición de los astros en el lugar y fecha de nacimiento tienen influencia sobre la personalidad de alguien -astrología, pues- dirán que es una característica de mi signo zodiacal: Aries.  En el horóscopo chino, soy conejo de madera; en el horóscopo maya, soy cuchillo de pedernal, o Tijaxy mi número es el 9;  Soy 9 Tijax. Los que quieran saber qué dicen el horóscopo -cualquiera de ellos- acerca de mi personalidad, bienvenidos a leerlo en la web.   Para los que les da hueva, se los resumo así: me enojo fácilmente, sea por ofensa o por cualquier otra circunstancia, pero también se me olvidan fácilmente.  Puedo sentarme a comer y beber con alguien de quien hace poco tiempo abjuraba.  Yo creo que, a pesar de todo, es una cualidad, aunque pocas veces es vista así.

Sabiendo como soy, siempre he admirado a aquellos que son capaces de argumentar desapasionadamente y quedarse en un plano puramente intelectual, casi etéreo.  Tengo algunos amigos así y, aunque me desesperen, siempre es un gusto discutir con ellos.  Me sirve de sparring.

Sin embargo, muy frecuentemente esas mis características personales me han generado enemistades. Mis posturas en todo ámbito: político, religioso, económico, social, etc. son producto de mi experiencia de vida; la única que he tenido.  “Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”, escribió Ortega y Gasset.  Siempre hay espacio para el aprendizaje y para el crecimiento, pero en mi experiencia, nunca vienen sin esfuerzo y a veces luego de momentos difíciles.

En días recientes, he discutido con amigos sobre los temas ya mencionados y algunos otros, más personales.  En esa confusión perenne entre el pensar y el sentir, tan característica de los chapines, se han utilizado emociones como argumentos, razón por la cual el cerebro no las llega a registrar como eso, razones, y las desecha por considerarlas impertinentes.  Por otro lado, la necesidad de salir victorioso de toda discusión ha hecho que se pierdan amistades, se cierren algunos círculos y se abran otros, paralelos y excluyentes -en la era de la tecnología, la creación de grupos de Whatsappes la última moda- sin reparar en que nos une más de lo que nos divide, tanto en los círculos amistosos, como en los entornos académicos, sociales y políticos.  En un programa de la cadena CNN, Reliable Sources, comentaron el discurso inaugural que el exalcalde Michael Bloomberg dio a los estudiantes en la Universidad de Rice; acompaño el link para que puedan leerlo, se los recomiendo; es aplicable tanto allá como acá y sobre todo en las circunstancias actuales con los ánimos tan crispados. https://www.mikebloomberg.com/news/mike-bloomberg-delivers-2018-commencement-address-rice-university/

Con el paso del tiempo, con las batallas bajo el cinto -las ganadas y las perdidas- y con las heridas que de ellas quedan, uno deber hacerse más tolerante -sin ser condescendiente, claro- y estar abierto al dialogo genuino, aunque este implique tener que ceder. 

A mis amigos -los pocos que he podido y sabido hacer y mantener- que he lastimado en discusiones les presento mis disculpas, usando tan solo como asidero aquello de Ortega y Gasset. 

Finalmente, quiero compartir con ustedes algo que mi padre tuvo en un sencillo marco de latón y vidrio en una mesa de esquina de la sala de su casa, esa que recibió a centenares -tal vez miles- de personalidades y amistades; es un texto escrito por William Shakespeare en el Acto I, Escena 3 de Hamlet: “Los amigos que tienes y cuya amistad ya has puesto a prueba, engánchalos a tu alma con ganchos de acero”.

¡Les deseo a todos una muy feliz y próspera semana!

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