CAER MAL

El dicho popular “nadie es monedita de oro” significa que es imposible caerle bien a toda la gente, todo el tiempo; la individualidad humana hace que por más afín que se sea, siempre habrá divergencias.  Hasta en los más sólidos matrimonios, de esos que vemos que duran 50 años o más, hay fricciones; ya a dónde lleguen esas diferencias es otro asunto, pero siempre vamos a hacer algo que caiga mal o alguien hará algo que no nos gusta.  Por suerte y, hasta ahora, el caerle mal a alguien no está prohibido y que tengamos que aceptar –in pectore, cuando menos- a otros no es obligación legal. 

Por supuesto que no con estos términos, pero considero que es un derecho humano fundamental el caerle mal a algunos y que a nosotros nos parezcan detestables ciertas personas.  La Declaración Universal de los Derechos Humanos debió incluir un capítulo al respecto y el que no exista se debe, en mi opinión, a la mojigatería de sus redactores.

Por supuesto, caerle mal a alguien tiene sus bemoles, pero mientras no se infrinja norma legal alguna, creo que debe importarnos un comino.  Yo creo que, nos puede caer mal alguien por cualquier motivo sin que ello sea motivo de condena social.  Hay motivos de motivos, claro, pero incluso los más controversiales no deben causar estupor, y acá listo algunos de los cuales yo considero más controversiales: color de piel, etnicidad, religión, estrato socioeconómico y por supuesto, el más popular por estos tiempos, tendencia ideológica.  De ahí, que nos caiga mal a alguien por gordo, alto, flaco, guapo, feo, fachudo etc. en mi opinión, son bagatelas.  Por ejemplo, tengo la certeza que yo le caigo mal a muchos por ser chaparro, pelón, panzón -ya no tanto, eh- u “ojiclaro”, blanco desteñido, etc.  Casi, casi, celebro que así sea, pues son cosas que no están en mi control.  Mi ideología, religión y opiniones si lo están, y en todo caso son las que podría ajustar para caerle bien a más personas, pero eso es algo que rara vez estoy dispuesto a hacer.  Tengo amigos que sí lo hacen constantemente, pero yo no.  Sería un embuste.

Buena parte de la sociedad actual y todos los “lideres” de la “sociedad civil” que pululan por estos lares tienen el discurso que todos nos debemos llevar bien y que la sociedad será mejor solo cuando y sí todos nos toleremos; será un mundo feliz donde los unicornios correrán libres y habrá arcoíris por doquier.  Tocaremos el arpa en toga y beberemos ambrosía.  ¡Já! 

El chiste es que son esos mismos los que propugnan celebrar y respetar la diversidad cultural, pero cuando esa diversidad se manifiesta -como inevitablemente lo hace- entonces eso está mal.  La incoherencia de ese discurso es más que evidente, sin embargo, la mayoría de los medios difunde ese discurso de amor, porque cree que es la antítesis al nocivo y en muchas legislaciones castigado discurso de odio.  No, el discurso de amor no solo no es su antítesis, sino que es ridículamente imposible. 

El sicólogo clínico canadiense Jordan Peterson es uno de los principales exponentes contemporáneos de la filosofía del “no ser amable” con todo mundo.  Vale le pena leer sus ensayos, libros y ver sus entrevistas y charlas (las dos últimas accesibles en YouTube) para comprender por qué el tratar de ser amable y pretender caerle bien a todos es contraproducente a nivel individual y a la sociedad en general.

Por supuesto, el exteriorizar ciertas formas esa animadversión tiene consecuencias legales.  En casi todas las legislaciones alrededor del mundo está contemplado el delito de discriminación, pero hay que delimitar muy bien qué es discriminación y qué no lo es. 

El código penal guatemalteco define discriminación como: “…toda distinción, exclusión, restricción o preferencia basada en motivos de género, raza, etnia, idioma, edad, religión, situación económica, enfermedad, discapacidad, estado civil, o en cualesquiera otro motivo, razón o circunstancia, que impidiere o dificultare a una persona, grupo de personas o asociaciones, el ejercicio de un derecho legalmente establecido incluyendo el derecho consuetudinario o costumbre, de conformidad con la Constitución Política de la República y los Tratados Internacionales en materia de derechos humanos” (el resaltado es propio).  Es precisamente el resaltado, la parte toral del artículo 202 bis, pues con la actitud discriminadora debe darse ese supuesto; contrario sensusi es, por ejemplo, simplemente una mala cara, el no compartir o departir con tal persona o grupo, pero que no implique limitación a derecho legalmente establecido, no hay problema.

Cuando la cosa es blanco o negro (sin albur), no hay problema; el asunto está en esa difusa área gris.  Recuerdo un caso judicial, hace muchos años, por discriminación cuando a una mujer maya se le impidió entrar a una discoteca de moda.  Aunque no tengo los detalles frescos, recuerdo que el argumento del portero y del establecimiento fue que no iba vestida adecuadamente (ella llevaba, recuerdo, su traje indígena) y por tal razón no la dejaron entrar.  Como sostiene el Doctor Eduardo Mayora Alvarado, es imposible meterse en la mente de un acusado y conocer la intencionalidad de sus actos, por lo que solamente se pueden juzgar hechos externos y objetivos.  De esa cuenta, si el portero no la dejó entrar por razón de su etnia, y no solamente por la indumentaria, es imposible saberlo.  Así, basta decirles que, a mí, por ejemplo, me rebotaron de N cantidad de discotecas en mi juventud por la forma en que iba vestido, o porque iba solo y no acompañado de pareja, o porque no era suficientemente “popular” para el lugar, etc.  Casos así, como el arriba descrito, me parece que no deben ser objeto de sanción; el establecimiento se reserva el derecho de admisión y punto.  A la antigua vocera de Donald Trump la echaron junto a toda su familia de un restorán luego de que fue identificada por los dueños del lugar.  A ellos no les parecía su jefe y por eso la echaron a ella y su familia.  Dependiendo de en dónde se ubique usted en el espectro ideológico, el caso chapín o el caso gringo le pueden parecer aberrantes.  Esa es su prerrogativa.  Si son ambos o ninguno, también, pero lo importante a destacar es que sin importar lo anterior, a mí me puede caer mal usted y viceversa; no tiene por qué gustarle mi opinión ni a mí la suya.  Y más importante aún, si por esa razón, usted quiere evitarme y jamás compartir o departir conmigo, yo no puedo lloriquear por ello.  Está usted en todo su derecho.  Eso sí, no hay que confundir cuándo es discriminación y cuando simplemente alguien nos cae gordo.  ¡Ups!

Así que, si yo le caigo mal, por la razón que sea, no me disculpo, más bien, aplaudo su decisión y tenga la certeza de que muy probablemente el sentimiento es mutuo.  ¡Vive la difference!

 

  • Editado el 12/10/2020 a las 7:30 P.M. (error mecanográfico)
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