JE SUIS MIGRANT

*El siguiente texto tuvo como base un artículo mío publicado hace más o menos un año en el diario El Siglo.  Lo reedité y lo comparto ahora con ustedes con ocasión de la enorme caravana de migrantes hondureños principalmente, que avanza hacia la frontera de Estados Unidos.  Sin soslayar que la misma ha tenido una motivación política y financiamiento aunque sea en parte de mal interesados, nuestra atención debe centrarse en la tragedia humana que ocasiona esa y toda la migración de nuestra gente hacia el norte.  Hoy, todos debemos solidarizarnos con los afectados de la falta de atención de nuestros estados a sus necesidades.  Debemos hacer más.  Los dejo con mi blog para hoy.

Todos tenemos familiares que han emigrado. En mi caso personal, soy producto de la emigración de mi bisabuelo italiano a Chile para ir a hacer “la América” y que posteriormente, ya con su numerosa familia chilena, emigró a Guatemala; al desembarcar quedó embelesado con la exuberancia de la costa sur y se afincó en Patulul.  Uno de sus hijos, José Segundo Palmieri Calderón fue mi abuelo.  Del lado materno, mi abuelo Camilo Waelti Schutt nació en Mazyr, Bielorrusia, entonces parte del Imperio Ruso; vivió su infancia y adolescencia en Suiza, pues mi bisabuelo era suizo.  Él salió de la Europa post primera guerra mundial y vislumbrando la segunda, huyó de la guerra en busca de mejores oportunidades.  Para mi enorme suerte, ambos abuelos encontraron chapinas con las que formaron familia.  Algunas generaciones después, acá me tienen.

También tengo un hermano y primos y primas que, ya sea por estudios, trabajo o por otras razones -violencia política, principalmente-, han emigrado hacia Estados Unidos, Canadá, otros -de regreso- a Chile.  Nuestro hijo -de mi esposa y mío- debido a la escuela en donde estudia, probablemente emigrará para continuar sus estudios y hará su vida lejos del lugar donde nació;  en fin, la migración de mi familia continúa.   Adicionalmente, gran parte de mi familia política emigró a Estados Unidos hace buen tiempo y viven allá donde, no sin dificultades, han logrado prosperar y ser felices.

Con sus problemas y dificultades, las migraciones de mis antepasados y parientes no han sido ni por asomo lo dificultosas -a veces trágicas- que si han sido las de los cientos de miles de nuestros migrantes que por razón de la guerra y luego por la violencia y la falta de oportunidades han tenido que migrar hacia el norte.  Los datos del aporte económico de todos ellos hacia sus parientes y por ende, a la economía guatemalteca ya son por mucho conocidos, pero creo necesario resaltar que de no ser por ese aporte, todos acá estaríamos mucho peor.  Es deber de todos, pero sobre todo de la institucionalidad estatal, el cuidado, atención, protección -no exclusivamente, pero si primordialmente- la documentación, y su inclusión en la vida política de nuestro país.

Buena parte de nuestros compatriotas enfrentan condiciones a veces imposibles, por la falta de presencia del Estado en el interior, ya no digamos en sus municipios, mucho peor aún en las aldeas.  A ello hay que agregar la falta de oportunidades de trabajo en muchos departamentos, lamentablemente situación que se exacerba porque cuando hay una intención de inversión en algún proyecto hidroeléctrico, por ejemplo, inmediatamente salen cual hongos los onenegeros; un montón de supuestos líderes comunitarios y defensores del ambiente que antes de ese momento jamás hicieron algo por la comunidad que supuestamente ahora pretenden proteger.  Ante la incertidumbre y la oposición, muchas veces sistemática, no hay emprendimientos que puedan generar esas fuentes de trabajo y desarrollo por lo que, inevitablemente y cada vez más, esos compatriotas emigran en busca de un lugar dónde trabajar más o menos dignamente. Digo más o menos, porque tampoco es como que en Estados Unidos a miles de ellos no se les trate de manera discriminatoria, se les pague sueldos menores a los de la media, vivan cuasi fugitivos y perennemente estén temerosos a que con lujo de fuerza se les expulse y regrese precisamente al país del cual salieron por falta de oportunidades. 

Confieso sin pudor, pero con algo de tristeza, que yo también he considerado migrar por la desazón política y social que vivimos.  Si yo, que soy privilegiado pienso de esa manera, ¿qué no pasará por la mente de nuestros compatriotas abandonados por el Estado y manipulados por vividores del conflicto?

En la medida que todos reconozcamos esa realidad y nos identifiquemos con la situación en la que están nuestros compatriotas/migrantes, vamos cada vez más acercándonos a proveer alternativas a su forzada migración. 

No se necesita ser sabio o genio para saber que la forma de detener la emigración irregular no es construyendo un muro o mandando “ayudas” de parte de los gobiernos gringos; lo que se necesita es crear -y mantener- las condiciones propicias para que nuestra gente no emigre. La fórmula está más que decantada y solo a modo de recordatorio les reitero que pasa por dar seguridad a la población para que no sean víctima de extorsiones y violencia física por parte de grupos delincuenciales organizados -maras- además, dar seguridad jurídica a inversiones nacionales y extranjeras, la misma que hay que darle a los poseedores de terrenos que no tienen inscritas sus propiedades por falta de título y acceso a Registro. Por supuesto, el Estado -todos nosotros- debe proveer salud -mínima al menos- a los que no pueden proveérsela.  Educación formal con cobertura nacional.  Apoyo a programas de capacitación para empleos dignos.  En fin, la receta existe, solo hay que aplicarla. 

Todo lo anterior, claro está, pasa por asegurarnos que los dineros públicos sean bien invertidos -no gastados- y eso pasa por dos cosas: mejorar los ingresos del Estado -si son más impuestos o solamente eficientemente recaudar los ya vigentes se lo dejo a los expertos- pero por supuesto que se requiere como contrapartida el mejor manejo de dichos recursos.  Y no, no es con Cicig, pues cuando se persigue a corruptos el hecho ya se consumó. Está perfecto perseguir a corruptos, pero mejor sería evitar que robaran.  Eso a su vez, pasa por mejores controles, pero sobre todo requiere mejores escogencias de parte de la población.  Escoger en las próximas elecciones opciones pupulistas -de izquierda o de derecha, igual son malas- sería desastroso.  Hay mucho por hacer y no hay fórmulas mágicas.  Como “dicen los muchachos”, no se todo lo que lleva la receta, ¡pero que lleva huevos, los lleva!

Recordando el lema que se hizo mundialmente famoso luego del ataque terrorista a la revista francesa Charlie Hebdo y que por un instante nos unió mundialmente, propuse en su oportunidad el lema -y hashtag, si quieren- para identificarnos con esa dura realidad e impostergable tarea: ¡Je suis migrant!

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