LOS DESCALZOS

Se le atribuye al periodista y escritor uruguayo, Eduardo Galeano, la frase: “la justicia es como la serpiente que solo pica al descalzo”, sin embargo, el concepto que esa memorable frase encierra no fue descubierto por él y hasta en la Biblia hay frases que aluden a lo mismo (2 Samuel 1:19, por ejemplo). Otro ejemplo es el verso del gaucho Martín Fierro dice:

                  La Ley es tela de araña

                  En mi ignorancia lo explico:

                  No la tema el hombre rico

                  Nunca la tema el que mande,

                  Pues la rompe el bicho grande

                  Y solo enreda a los chicos

Quien sabe si Galeano se inspiró en el gaucho Martín Fierro; su frase, por su fama en el mundo hispano parlante -principalmente- es sin duda más conocida que el verso de Martín Fierro (escrito por José Hernández, claro está), pero en mi opinión la frase del gaucho es “más exacta”, perdonen el pleonasmo.  

En mi opinión, Galeano no pudo evitar revestir a su frase con el sentido de su tendencia ideológica; nada malo con ello, pero le resta universalidad.  Pero no me haga caso, ¿quién soy yo para andar cuestionando a tremenda personalidad? (ese es un tema interesante, pues en este nuestro mundo moderno, se puede criticar casi de cualquier forma a pensadores de derecha; lo puede hacer cualquiera, porque quien lo hace está en todo su derecho, pero ¡Dios guarde un simple libre pensador como yo critica a alguien de izquierda!  ¡Qué atrevimiento!   Así las cosas, pero ese no es el tema de hoy). 

Yo creo que lo que se pretende transmitir más que marcar una diferencia entre ricos y pobres, es entre poderosos y desamparados, por ello creo que lo de Martín Fierro es más claro; preciso. 

Ello ha quedado más que demostrado a lo largo de la historia en todas partes del mundo.  En 1215, unos barones hastiados de los abusos -principalmente impositivos- obligaron al Rey Juan de Inglaterra a firmar el documento que en el mundo occidental se tiene como el génesis de lo que una constitución debe ser: la limitación del poder y de quienes lo ostentan -y el reconocimiento de los derechos mínimos de los sujetos a la Ley-.  Ese documento se conoce como la Magna Carta.  Pero más allá de lo que anteriormente expuse que comprendía el documento, la significancia de este y su trascendencia para la eternidad se debió a que, por primera vez un monarca absoluto se sometía a sí mismo al cumplimiento de la Ley.  Hoy en día, en el mundo occidental es impensable que alguien, por más monarca que sea, no esté sujeto a la Constitución y a las Leyes.  En Medio Oriente y en África hay algunos países en los que todavía no es así, pero para el efecto de este escrito ni los voy a tomar en cuenta.

Así, en las monarquías constitucionales y por supuesto en las repúblicas, todos están sujetos al imperio de la Ley.  Claro, que estar sujeto no significa necesariamente que siempre se les aplique, lamentablemente.  Los poderosos, sean por dinero o por poder político, gremial o de cualquier otra índole -sobre todo en Latinoamérica- han usado su poder para eximirse del cumplimiento de la Ley a cabalidad.  Principalmente, han corrompido los sistemas judiciales de sus países para que, en el raro caso que sean llamados a rendir cuentas a un tribunal, el fallo de este sea un mero trámite para su exculpación.  Y no solo pasa en casos penales; en lo laboral y hasta en materia civil por mucho tiempo los poderosos han utilizado ese poder para salirse con la suya, independientemente que el derecho les asista o no.  Eso para muchos de ellos es lo de menos. Tampoco hay que rasgarse las vestiduras latinas, pues también pasa en el mundo anglosajón y por supuesto que pasa en las cortes europeas, si bien menos que por acá, pero pasa.

Así las cosas, de un tiempo para acá, la onda mundial ¡qué bueno! ha sido luchar para que ese abuso de poder se de cada vez menos y que todos enfrentemos la justicia de la misma manera.  Al fin y al cabo, ese es uno de los postulados liberales más insigne: igualdad ante la Ley.

Sin embargo, la cabra tira p’al monte y resulta ingenuo pensar que algunos poderosos no utilicen su poder para no cumplir la Ley a cabalidad.  El poder que no se utiliza se pierde dicen, por ahí, y algunos poderosos lo utilizan mientras lo tienen.  Claro está que, en una república, tarde o temprano el poder se pierde y entonces es cuando la cosa se pone color de hormiga para aquellos.  No es ninguna casualidad que haya fiebre mundial entre algunos presidentes -autoritarios o autócratas- en modificar las constituciones de sus países para alargar sus períodos y habilitar reelecciones continuas. Rusia, China -recientemente-, Turquía, Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua son de los más tristemente notables en ello; falta ver que hará AMLO en México para que lo agreguemos a esta triste lista.  Colombia también tuvo lo suyo con Uribe, pero finalmente prevaleció la cordura en el pueblo y rechazó una nueva posibilidad de extensión de mandato. 

Ostentar el poder personalmente es lo mejor para ellos, pero cuando no les es posible, el poder lo ejercen a través de intermediarios o de partidarios.  El ejemplo más ilustrativo en mi opinión es el de Cuba, que luego de la enfermedad debilitante de Fidel, le “dejó” a su hermano el poder y este lo ha hecho a su vez con Miguel Díaz-Canel, pero a nadie engañan y se sabe perfectamente que es simplemente un apoderado de Raúl. 

Cuando Galeano habla de los descalzos y Martín Fierro de los bichos chicos yo no pienso en pobres solamente, pienso en desprovistos de poder.  En un sistema justo e igualitario, todos debiésemos tener el mismo trato ante la Ley, pero la dolorosa experiencia nos dice lo contrario; la Cicig en Guatemala se pensó para eliminar esas asimetrías -y algo ha hecho al respecto- pero no se puede obviar en un análisis que pretende ser equilibrado, que la propia Cicig ha caído en la triste dinámica del poder y que ha utilizado su poder para colocarse en una posición de ventaja por sobre quienes procesa. Así, ya se chingó la cosa, dirían por’ai.

Estuve pensando en todo lo anterior a raíz de noticias que estuve leyendo con cierto morbo -lo admito- sobre una orden de libertad hacia el expresidente Lula por un habeas corpuspresentado por su defensa.  Para los que no están al tanto de esa novela, trataré de resumirla lo más posible:

Lula, un exdirigente sindical con mucho arrastre popular llegó en el año 2003 a la presidencia con el Partido del Trabajo en su tercer intento -igual que AMLO- y ganó -también igual que AMLO- con la mayor cantidad de votos que jamás había sacado un candidato. Su primer gobierno tuvo grandes éxitos y la economía brasileña se posicionó como una de las mejores del mundo (ciertamente su antecesor, Fernando Henrique Cardoso hizo lo suyo para mejorar la economía y alcanzar el acrónimo de BRIC).

En 2006 Lula se lanza a la reelección y de nuevo consigue ganar con enorme cantidad de votos.  Para ese entonces, ya el boom de la economía conseguido en buena medida gracias a la bonanza de los hallazgos petroleros se había estancado.  Termina su segundo período todavía con gran popularidad que le alcanza para endosarle el poder a su sucesora, Dilma Rouseff.

Lula gobernó durante dos períodos consecutivos y luego a través de su partido y de su fiel sucesora. ¡Cómo cuesta dejar el poder!

Acá es donde la historia se pone escabrosa, pues en el marco de la lucha anticorrupción originalmente empujada por la propia Rouseff, se descubre en Petrobras -y otras empresas- el mega caso de corrupción más grande de la historia -por lo menos por estos lares- denominado Lava Jato.  En el caso se verían involucrados directa o indirectamente políticos y empresarios de todo el hemisferio.  Rouseff misma es removida del cargo por las serias acusaciones de corrupción en su contra y a Lula lo apresan y procesan por haber recibido un apartamento -lujoso, dicen algunos- en la playa de San Pablo. Fue procesado y condenado a 12 años de prisión. 

Durante el proceso, Lula utilizó todos los recursos legales a su disposición e incluso hubo presión popular para que lo dejaran libre.  El líder popular seguía arengando -usando su poder, pues- a las masas para conseguir sus propósitos.  Al final, ni su gran arrastre popular ni las presiones desde el ejecutivo a su favor pudieron salvarlo.  Apeló y perdió.  Volvió a apelar -Brasil tiene un sistema de “doble apelación” algo raro, pero legal- y la perdió también, por lo que ingresó a prisión para cumplir su condena.

Acá es oportuno mencionar que Lula, con la intención de evadir la prisión y su condena, fue nombrado ministro por su sucesora -Dilma Rouseff- y luego intentó y sigue intentado ser candidato presidencial para un tercer período.  Independientemente que sea muy popular y que muy probablemente ganase la elección de poder postularse, la Constitución brasileña prohíbe que alguien condenado por un delito pueda postularse sin que hayan pasado 8 años de cumplida la condena. 

Ayer domingo hubo una serie de resoluciones judiciales que lo liberaban y luego lo devolvían a prisión. Acá pueden leer un buen resumen de ello: https://elcomercio.pe/mundo/latinoamerica/brasil-lula-da-silva-libre-orden-juez-vivo-noticia-534145

En fin, lo que le ocurrió a Lula es que cometió un delito y ya no tenía el poder; ¡estaba descalzo!

Así como Lula, muchos poderosos que dejan de serlo se convierten en descalzos, más allá por supuesto, de los ciudadanos “de a pie”, los que ni siquiera tendían chance a una defensa técnico-jurídica -mucho menos a apoyo de masas- ante una acusación de ese tipo; ¡Los Olvidados, de Buñuel!

Por supuesto, Lula -y Rouseff- han alegado que se todo se trata de una persecución política por parte de sus detractores.  Esa misma “defensa” ha planteado también otro de los populares expresidentes del “socialismo del siglo 21”, Rafael Correa, ante las acusaciones que ya le han granjeado una orden de captura internacional.

 Ejemplos de cómo los otrora poderosos enfrentan las acusaciones en su contra, ya no desde las alturas, sino descalzos, hay bastantes. Al pensar en ello no puedo borrar de mi mente la imagen del ya expresidente Arbenz a quien lo desvistieron en el aeropuerto para asegurarse que no se “hueviera” nada.  ¡Cómo han caído los poderosos! dice la Biblia.  Ciertamente todo -o casi todo- lo que se hace en este mundo, se paga en este mundo. 

Ya para terminar y hacerlo cerca de casa, también se me viene a la mente las constantes acusaciones por una razón u otra en contra del presidente Jimmy Morales.  A estas alturas estoy absolutamente seguro de que hubiese preferido nunca haberse lanzado a la aventura política y seguir haciendo sus programas cómicos -me dicen, porque nunca los vi ni he visto aun- para nunca haberse expuesto a las hiles del poder.  Por cierto, mi amigo, el expresidente Alejandro Maldonado Aguirre, ha estado y está escribiendo las experiencias del período que nos tocó vivir, en el cual se nos encargó el ejercicio del poder.  Muchos lo esperamos con ansias, pues creo que será muy ilustrativo para evidenciar cómo se puede ejercer el poder con decencia -modestia aparte- y a cabalidad.

Regresando al presidente Morales y sus tribulaciones, él deberá enfrentar las acusaciones que le han hecho tarde o temprano, incluyendo las últimas que le ha hecho el excanciller portillista Edgar Gutiérrez sobre abusos de índole sexual a varias mujeres -jovencitas, dice él- pues de ser ciertas evidenciaría -una vez más- lo importante que es elegir bien a nuestros mandatarios.  Sin embargo, estoy seguro de que quienes acusan y no tienen fundamento o acusan sin el único ánimo de justicia, sino de ventaja política y marrullería, también enfrentarán, tarde o tempano, la justicia.

A modo de reflexión, vale la pena que en la intimidad del hogar o en algún momento en la oficina, detrás del escritorio, mientras nadie nos ve, nos miremos los zapatos y más allá de que si son deportivos o de gala, si están sucios o están lustrados, lo que esconden más que protegen, son nuestros vulnerables pies.  ¡Aguas con las serpientes!

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