CARTA A MI PADRE

Hoy se cumplen 3 años de la muerte de mi querido padre, Jorge Alejandro Palmieri García.  Lo recuerdo muy frecuentemente y me hace falta como desde el primer día de su ausencia.  Pensando en qué escribir hoy, se me ocurrió que lo que más extraño es poder platicarle y escuchar su voz; fotos tengo muchísimas, pero su voz me hace falta.  A falta de poder hablar con él, se me ocurrió escribir, a modo de carta, lo que me gustaría decirle y contarle.  Acá les va.

Querido papi:

La última vez que te vi, te di un beso de buenas noches; desde esa noche hace tres años, han pasado cosas que ¡ni te imaginás!  En la política, ¿vas a creer que finalmente ganó Giammattei?  Pues se le hizo.  Definitivamente, en la política chapina, el que persevera, alcanza.  A un poquito más de seis meses de haber asumido, está pasando el Niágara en bicicleta; no todo es su culpa, pues con esto de la pandemia, se le ha visto muy poco efectivo. Ah, es que fíjate que como desde finales del año pasado y principios de este, por el mundo se ha propagado un virus muy jodido y no hay país del mundo que no se haya visto afectado.  Acá, las cosas no van bien; desde marzo nos han tenido semi encerrados con toques de queda temprano en la tarde y encerrados varios fines de semana.  La verdad, no ha hecho mucho por reducir los infectados o las muertes.  Justo ayer empezó la reapertura y como era de esperarse, fue un caos.  Le doy gracias a Dios que tu no estés acá porque te hubieras desesperado.  Las reuniones con amigos, almuerzos y fiestas que acostumbrabas hubieran sido imposibles.  De hecho, nosotros no te hubiéramos podido ir a ver seguido, porque los mayores son quienes más en riesgo están. En fin, te hubieras aburrido mucho.

Nosotros estamos bien, gracias a Dios.  Aunque la situación económica es muy apremiante, por lo menos tenemos salud, casa, servicios y nos tenemos a nosotros, como familia.  El amor y apoyo de Alejandra y Paolo han sido vitales para poder pasar la tempestad.  Aunque no hemos tenido ingresos significativos en muchos meses, la hemos ido sorteando; no nos ha faltado comida, pero no hemos tenido lujos, como antes. 

El grupo de amigos se ha ido desvaneciendo.  Luego de tu partida, mantuvimos las reuniones de los viernes por el resto de ese año, pero poco a poco fueron siendo más esporádicas y ahora con la prohibición de reuniones, pues nada.  Los queridos cofrades Edgar, Pepo, Stuardo, Julián y David cada vez que han podido invitan a sus casas y siempre han sido espléndidos.  El querido Neto te extraña mucho y justo hablé con él hace dos días para felicitarlo por su cumpleaños.  Yo no he podido invitar a esta casa, como lo hacías tú, porque no me ha dado la chamarra.  Tengo la esperanza de que pronto lo pueda hacer para que los amigos vean cómo está la casa a la que asistieron los viernes sin falta todos aquellos años.  No es la misma, obviamente, pero en cuanto se pueda los recibiré.  Tampoco será la misma amenidad con la que tú atendías; eso ya no es posible, pero el cariño que nos heredaste está ahí.

Por lo demás, el grupo ha perdido aquella mística que le diste; ya no hay discusiones interesantes en el chat, pero ese es un fenómeno generalizado.  Ahora todos tienen reservas a la hora de dejar plasmado lo que piensan, porque, aunque no lo creas, a todo nivel, la sociedad está cada vez más dividida.  Con decirte que el otro día hasta de cuál panadería es socialmente aceptable y cuál otra no, se discutía en redes sociales.  Vivimos tiempos recios, que, por cierto, es el título de una novela de Vargas Llosa en donde cuenta con bastantes datos, pero novelada, la historia que tú tanto nos contaste -que viviste-  en los almuerzos sobre Johnny Abbes y su participación en el asesinato de Castillo Armas.  En fin, hubiera sido un tema muy ameno para uno de aquellos almuerzos.

¿Cómo estoy yo? Pues no me puedo quejar.  Aunque la cosa está muy difícil en el ámbito laboral y económico, mi familia ha sido un bastión.  Con mucha frecuencia pienso en ti y en lo mucho que me haces falta.  Me hace falta platicar contigo y aunque ya he escuchado tus anécdotas muchísimas veces, quisiera volverlas a escuchar; todos los que te quisimos nos las gozábamos mucho.  En tu ausencia, los amigos se han ido retirando, como te dije; algunos más que otros.  Yo no he podido o sabido mantener la amistad, no por falta de cariño, sino que creo que nunca nadie va a poder ser ese imán para atraer amistades como tu; esta casa -tampoco otra- volverá a ser el “crisol” como la bautizó Arévalo. 

Rodrigo está bien; vive en una casita muy bonita en Oakland y está rehaciendo su vida.  Sus negocios van poco a poco creciendo y es, como sabes, un muy buen padre.  Sus hijos están grandes y preciosos.  

Cuando te fuiste, Paolo estaba muy pequeño todavía, ahora te lo gozarías mucho; está muy lindo, es despierto y curioso.  Ha resultado ser un muy buen alumno con notas sobresalientes.  Su mamá, amorosamente, siempre le revisa sus tareas; yo trato de inculcarle el hábito de lectura, pero todavía no le ha agarrado el gusto.  Es muy bueno, eso sí, para matemáticas.  De cuando en cuando pregunta por ti y te recuerda con mucho cariño.  Nos haces mucha falta, pero en buena medida es por puro egoísmo de nuestra parte, porque quisiéramos gozar de ti; quién sabe cómo estarías  durante esta pandemia, que, como te digo, te hubiera aburrido muchísimo.  En honor a la verdad, tu estás, donde quiera que estés, mucho mejor. 

Hoy que se cumplen tres años de aquel viernes en que nos dejaste, te extraño y te quiero como ese mismo día.  Quiero pedirte perdón por todas las ocasiones en que te causé problemas y angustias; ahora en tu ausencia, te pido perdón porque tal vez no soy lo que hubieses querido, pero te juro que trato de ser una persona honesta, franca y de bien; tres cosas que en Guatemala parece que no llevan muy lejos. 

Hoy, y tampoco este viernes, nos podremos juntar los amigos en Cofradía para recordarte, pero estoy seguro de que todos, sin excepción, te recordarán igual que yo, con mucho cariño, nos tomaremos un trago -o dos- y brindaremos por haberte tenido en nuestras vidas. 

Gracias por todo lo que me amaste y lo que me diste: educación, cultura, amistades y bienes, pero sobre todo, gracias por las experiencias que viví contigo, los viajes, las comidas y bebidas. 

Te amo, papi.  Hasta pronto. 

 

 

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