VENCER SIN CONVENCER

Todos queremos ser ganadores.  Esa es una verdad de Perogrullo.  Todavía no he encontrado a la persona que me diga francamente que se ha metido a un emprendimiento, a una gesta deportiva, a competiciones académicas o hasta a una discusión -de esas que están a la orden del día- para perder.  Eso simplemente no pasa por la mente de alguien cuerdo; es instinto, de esos como el buscar alimento o aparearse, por procreación o por placer, igual da.  ¡Que le vamos a hacer!  Miles y miles de años de evolución no han podido eliminar esos reflejos existenciales, aunque se trate de una persona sumamente educada, ilustrada o iluminada. Tal vez los monjes budistas encabezados por el propio Dalai Lama sean capaces de sobreponerse a esos instintos. Pero en Guatemala nunca -menos ahora- hemos sido monjes budistas y está bien, porque como nos dejó dicho el hijo de un carpintero -a ver si ya le vamos haciendo caso- hace unos dos mil años: “Al César lo que es del César, a Dios lo que es de Dios”.  Los instintos y pasiones humanas tienen su razón, y la razón también la tiene, por cierto.  Es la razón, o la capacidad de razonar, la que nos diferencia -en teoría- de las fieras, como escribió en un bello ensayo llamado así: Tener razón,el ilustrísimo Francisco (Paco) Pérez de Antón.

En ese ensayo, Paco pone -a mi juicio- a la razón en su justa dimisión: importante, pero no el único elemento para convencer de algo a alguien. Se convence más con seducción, con sugestión, apelando a tradiciones y hasta con belleza, que con razones, nos dice el autor.  Y es que también las razones por estos días parecen habernos abandonado; ya no importa si uno tiene -o lleva- razón, lo importante es convencer y vencer sin importar cómo; sobre todo últimamente no solo se busca vencer, sino se quiere conseguir desacreditando al adversario en lo personal o haciendo ver los errores o fallas que pudo haber tenido en el pasado.  La “capacidad de discusión” en el país ha caído a niveles deportivos.  Acá no importa si una falta cometida -mas no señalada- por parte de un madridista a un barcelonista merecía tarjeta, el argumento de un fanático albo será, sin lugar a duda, ripostar con la que el jugador del Barça le cometió a Marcelo en el clásico del domingo.  En términos chapines sería como decir “¡pues más pura mierda sos vos!”.  Que pase en el futbol, en particular entre los fanáticos de esos dos equipos ya es casi cotidiano, pero sigue estando mal.  Una falta es una falta y TODAS las faltas deben ser señaladas.  Pero que eso pase con las situaciones de coyuntura, con la política -y hasta con procesos judiciales- es ya un síntoma más grave de la enfermedad que sufre esta nuestra sociedad.  Aún así, siempre habrá radicales de los que se pueda esperar cualquier cosa (por decir mucha efervescencia y muy poca racionalidad) así como de los fanáticos de los equipos que mencioné, por ejemplo; lo dramático es que en la semana recién pasada han sucedido cosas que dan cuenta de la “radicalización” de algunos que antes eran moderados.  La enfermedad es contagiosa y se propaga, aparentemente, por contacto en las redes sociales.  Otro caso de infección tropical rara digna de estudio para el CDC de Atlanta.

Esta enfermedad “radicalizante” tiene como síntoma inequívoco la pérdida de la razón -de la capacidad de razonar, pues- acompañada de una sordera selectiva.  Muy curioso.  Como casos de estudio, el CDC podría analizar cómo ha afectado a la población infectada la muerte de Álvaro Arzú, el caso judicial de la familia Bitkov (los rusos) ya no digamos la labor de la Cicig. 

En el caso de Arzú (qepd), han salido varios críticos -los de siempre y otros ahora envalentonados- a tratar de desvirtuar cualquier vestigio de logro, mérito o éxitos del expresidente y múltiple exalcalde.  Si se menciona algún logro, como la firma de la paz, inmediatamente sus críticos dicen que no sirvió para nada, que son solo unos papeles sin sustento y que además lo hizo por puro protagonismo.  ¡Atrevida, la ignorancia!  O que si ganó todas las elecciones que ganó, lo hizo con poco margen y con cada vez menos votos.  Podrá ser cierto, pero también lo es que sacó en cada una de esas elecciones decenas o centenas de miles de votos más que quienes le denuestan. ¿Ven como yo también muestro síntomas de infección?  ¡Es que nos ha contagiado a todos! 

Con el caso de la familia Bitkov, la cosa se pone más complicada, porque ahora resulta que las falencias y abusos cometidos por la parte acusadora y por los tribunales que han sido señalados por los abogados y por algunos de nosotros que hemos comentado en redes el caso (desde hace rato, no solo ahora) son usadas -esas razones- con miras de “traerse abajo” a la Cicig.  O sea que no importa que se hayan cometido abusos o violaciones a derechos constitucionales ¡hasta la Corte de Constitucionalidad así lo ha resuelto! porque lo que se busca no es la justicia en su caso, sino usar ese abuso cometido como excusa para “expulsar” a la Cicig. 

Vean, por supuesto que puedo imaginar que habrá algunas personas con esa intención y que de evidenciarse debe ser señalado -y hasta perseguido penalmente si encuadra en tipo penal-, pero soslayar el hecho que en su encausamiento -el de los Bitkov- se cometieron abusos (y que también se han cometido en muchos otros, pero que los afectados no han tenido el pullpolítico para hacerlos ver) solo porque algunos pueden usarlo para oscuras intenciones me parece mezquino. A Willy Brandt, el eminente exalcalde de Berlín oeste y ex canciller alemán, se le atribuye haber dicho: “Permitir una injusticia es abrir el camino para todas las que siguen”.  No señalar esta injusticia es eso precisamente.  La labor de la Cicig en la lucha en contra de la impunidad, respetando la Constitución y las Leyes guatemaltecas es algo que todos debemos aplaudir y agradecer; sin duda vino a hacer algo que nosotros mismos no estábamos haciendo o no queríamos hacer, hay que reconocerlo.  Pero no atreverse a señalar las falencias y abusos que han cometido es imperdonable.  Apoyar la lucha contra la impunidad no debiese cegar ante los posibles errores o abusos. 

Me parece particularmente curioso -por no decir otra cosa- que analistas y periodistas que han sido críticos constantes del poder, que han señalado todo abuso cometido por funcionarios y empresarios por igual, que tienen presente -o debiesen tenerlo- que todo poder corrompe y que ninguna persona o institución es inmune al error o al abuso, cuando se trata de Cicig o del Ministerio Público en la administración de Thelma Aldana, pareciese que se tratase del mismísimo Papa emitiendo doctrina en asuntos de fe; infalible pues.  Para ellos es imposible que se hayan cometido abusos; no son humanos, sino arcángeles con gracia divina los que integran dichas instituciones.  A lo que ellos dicen, solo se puede responder entonces ¡Amén! y ¡chitón!  Como dice el tocayo Balsells: “luuujo”.

Cuantas veces, ante los reclamos de políticos o politiqueros de turno de que la prensa solo se enfoca en lo malo y no destaca lo bueno, la sonora respuesta de la prensa ha sido invariablemente que está -la prensa- para fiscalizar, señalar y criticar al poder, no para alabar sus aciertos.  El trato que consistentemente ha recibido Cicig y el MP de Aldana es, precisamente, ese: alabanzas.  Digo, si queremos congruencia, no la encontramos allí precisamente.  

A tal grado ha llegado el fanatismo pro Cicig/anti Cicig que en caso de un patojo de apellido Zimeri que fue brutalmente golpeado por unos trabajadores de Cicig en el marco de un partido de futbol, es tangencialmente cubierto por la prensa en general e incluso desestimado por ciertos analistas.  Ha llegado al punto que, a modo de justificación, se ha dicho que el patojo es pendenciero y que ya había sido expulsado del club de futbol por broncas que él había promovido.  He escuchado también que el ha tenido denuncias en el MP por violencia, pero que su papá las ha “arreglado”.  Sin poder comprobar tales extremos, me permito suponer que son válidos para efectos de esta discusión; si es así, entonces habrá que perseguir y castigar esas acciones violentas de su parte y la corrupción en el MP que permitió que su papaíto “arreglara” esas denuncias.  ¡Por supuesto que si! Pero lo ocurrido con anterioridad no tiene relevancia es esta acción brutal y en cuadrilla contra él.  Son hechos aislados sin relación de causalidad uno con otro. Tratar de justificar la agresión que sufrió porque él en el pasado pudo ser pendenciero, es la misma vil estupidez y bajeza que cometen quienes justifican violaciones porque la víctima “iba vestida muy provocativa”.  Imbecilidades.  ¿Así están las cosas como para que quienes apoyan a pie juntillas la actividad de la Cicig justifiquen actividades criminales de algunos de sus integrantes? Hay mejores argumentos para apoyarle, creo yo.

“El fin justifica los medios” es una frase erróneamente atribuida a Maquiavelo; en realidad es de uno de sus lectores y discípulos más connotados, Napoleón Bonaparte.  Esa frase ha sido aplicada a través de la historia para justificar las más horrendas violaciones a derechos fundamentales.  Es innegable e impostergable que esta sociedad se transforme de lo que es actualmente, a una de respeto a la legalidad; ello no se consigue, si para lograrlo, no se observan todos los procedimientos y las Leyes.  Habiéndose señalado una y otra vez, no solo por extremistas, sino también por moderados, los casos -puntuales- de cuando esto ha sucedido, la respuesta del MP y de la Cicig ha sido desecharlas como ataques de corruptos. Como ya dije, por supuesto que puede ser que corruptos se aprovechen de estos señalamientos, pero la reacción no debiese ser descalificarlos, sino enfrentarlos y dirimirlos.  Se predica con el ejemplo y en estos casos, el ejemplo que nos dan a los guatemaltecos no ha sido el mejor.  No se puede ganar el argumento de apoyar la lucha contra la corrupción cuando quienes la lideran no enfrentan las acusaciones que se le hacen.

Tristemente, me recuerdan las palabras de Miguel de Unamuno; ante las arengas fascistas de Millán-Astray, luego de una brillante riposta de su parte, concluyó con esto: “Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir, y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha”.  A ello, si digo yo ¡Amén!

 

 

 

Continue Reading