COLLABORATEUR

Yo no sé si a ustedes les pasa, pero de repente alguna situación le provee a uno un “luzaso” y lo inspira para algo.  Eso me pasó a mí hace unos días, cuando en animus jodiendi, como decía mi papá, usé ese término con un buen amigo (francoparlante, por cierto).  Ese término evoca la colaboración del Régimen de Vichy con la Alemania Nazi.  Aunque mi intención no fue ofender -sino bromear en ese tan chapín espíritu de bromear jodiendo-, debo reconocer que, en francés y en el contexto de la ocupación nazi, ese término es despectivo y hasta insultante.  Sé que el amigo entendió la broma, aunque fuese de mal gusto.

Al meditar sobre la “broma”, se me ocurrió que, guardando las distancias por supuesto, hay similitudes con lo que ocurre en Guatemala desde hace algún tiempo y, sobre todo, más recientemente.  Me explico:

Luego de la apabullante derrota del ejército francés por parte del Wehrmacht, el Mariscal Pétain asume como Presidente de Francia, poniendo en pausa la Tercer República francesa e iniciando un régimen autocrático y fascista.  Pétain propone un armisticio con la poderosa Alemania y así evita más pérdidas humanas -judíos aparte- y que continúe la humillación francesa.  La posición de Pétain tuvo gran apoyo popular; ¡cómo no iban a querer los franceses parar la humillación!  Así, se consigue el armisticio y Alemania le “permite” al régimen francés mantener su gobierno.  Por supuesto que dicho gobierno -si es que se le puede llamar así- tenía para los nazis la finalidad  de pacificar y controlar el territorio logrado no solo con el acuerdo, sino con la ocupación militar total de las provincias del norte de Francia.  Ese fue sin duda, uno de los momentos más bajos en el espíritu nacional de los franceses, pues luego de ser humillados en el campo de batalla, no solo aceptaron -no todos- la ocupación, sino que también aceptaron que SU gobierno, el francés, colaborara con los invasores nazis.  De allí la designación despectiva de collaborateur o colaborador ¿eficaz?

La motivación de los franceses en general fue, por supuesto, evitar el derramamiento de sangre y la humillación; conseguir mediante un acuerdo, que no se mancillara más el honor francés.  A decir verdad, la dirigencia francesa tuvo también otras motivaciones, como la ostentación del poder -aunque fuese derivado- por su afinidad ideológica al fascismo y nacional socialismo. Así, también hubo una dosis de marrullería y “vieja política” como se le conoce por estos lares.  No es casualidad que Pierre Laval, el articulador político de la colaboración con el régimen nazi haya sido un socialista y Abogado de sindicalistas.  Saque usted sus conclusiones.

Sin embargo, debemos creer que, genuinamente, ellos quisieron el bien para Francia y colocarse del lado correcto de la historia; lamentablemente -para ellos-, la guerra terminó de forma distinta a la que creían y su patria y la historia han emitido sentencias condenatorias por sus actos.  Los libros de historia, si bien reconocen los éxitos militares del Mariscal Pétain en la primera guerra mundial, dibujan perfectamente al régimen colaboracionista como aliado de los nazis, traidor a su patria y, lo que es peor, colaborador en el genocidio de los judíos.  Sus méritos fueron anulados y superados por su ignominia.  A la distancia, no pudo haber escogido peor lugar en la historia.

Sin pretender ser historiador ni nada que se le parezca, encuentro en la lectura de la historia grandes lecciones que deben ser aprendidas y recordadas para no cometer los mismos errores -y horrores-; creo que la especie humana no ha hecho lo mejor posible en la preservación de todo el conocimiento de los antiguos, apreciarlo y aprenderlo.  Un caso que se viene a la mente es el reciente descubrimiento de las ruinas de la enorme metrópoli maya en Petén; quién sabe qué maravillas de conocimiento tecnológico y prácticas sociales tuvieron los mayas y que apenas trataremos ahora de descifrar.  Conocer la historia nos ayuda a enfrentar el futuro.

Brincándonos un océano y más de seis décadas, hoy los guatemaltecos enfrentamos una situación que, guardando las distancias, tiene similitudes con la que enfrentaron los franceses en 1940.

Ellos -los franceses- vivieron una humillación militar, hoy los guatemaltecos estamos viviendo una humillación política luego del descubrimiento y persecución de escándalo tras escándalo de corrupción que involucra a casi todos los actores sociales de los últimos 30 años y más; si no se ha llegado tan atrás todavía -o a todos los actores-  es porque no existen los recursos para ello, pero estoy seguro de que, de haberlos, se encontraría podredumbre hasta debajo de las piedras angulares de las más rancias y tradicionales fortunas.  Ya lo decía Honoré de Balzac: “El secreto de toda fortuna sin origen aparente es un crimen olvidado”.  Eso no quiere decir, por supuesto, que todos los ricos son criminales, como un montón de imbéciles resentidos le quisieran hacer creer. No nos equivoquemos.

Hoy, acá, tenemos a la Cicig, un ente sui generis que no forma parte de ONU, pero que trabaja bajo su amparo; tiene la misión -acordada entre el Estado de Guatemala y Naciones Unidas- de combatir la impunidad, de la que es madre, la corrupción.  No es una ocupación militar, ni por asomo, pero ciertamente es una ocupación de otro tipo. 

En ese estado emocional nacional de humillación al darnos cuenta de los alcances de la corrupción y de que sus ramificaciones tocan todo estrato y actividad social, como los franceses entonces, estamos dispuestos a someternos a un régimen que, en primer término, evite más humillación (corrupción) y persiga a los responsables de tenernos así.  Porque no nos equivoquemos que ese debiese ser el orden y no a la inversa, primero evitar daño adicional y luego perseguir a los responsables del anterior.  Sin embargo, se ha empezado por lo último.  Como entonces, el “armisticio” ha sido conseguido por actores políticos que buscan colocarse en la primera línea del cambio y que, de no contar con la venia de un poder superior -en este caso, la ONU- serían incapaces de alcanzarle, por diversas razones.  En apariencia, como entonces en Francia, los motivos no solo parecen nobles, sino que aparentan ser la única salvación.  La situación era tal -entonces y ahora-, que se buscó medidas extremas; tiempos desesperados requieren medidas desesperadas, dicen.  Eso si, no hay que olvidar que los desesperados toman decisiones erradas y que, al final, hacen más daño que bien. (continuará)

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